¿Dónde está el antisemitismo?
Umberto Eco El Mundo
Toda una serie de recientes acontecimientos (no sólo atentados, sino también preocupantes sondeos de opinión) han vuelto a situar en el primer plano de la actualidad la cuestión del antisemitismo. Es difícil distinguir la oposición a la política de Sharon (en lo que coinciden incluso muchos hebreos) del antiisraelismo y éste del antisemitismo. Pero la tendencia de la opinión pública y de los medios de comunicación es hacer de cualquier hierba un haz. Además, da la sensación de que la opinión pública occidental descansa sobre dos ideas con las que trata de tranquilizar su conciencia: el antisemitismo es una cuestión árabe y, en Europa, se reduce a una estrecha franja de neonazis.
Europa nunca supo distinguir bien entre el antisemitismo religioso, el popular y el científico. Es verdad que el antisemitismo religioso fue responsable del antisemitismo popular. Proclamar que los hebreos eran un pueblo deicida justificó muchos exterminios, amén de que era difícil para los pueblos europeos asimilar a los judíos de la diáspora decididos a seguir conservando sus tradiciones. Los seguidores de la religión del Libro y, por lo tanto, de la lectura, aparecían, en un universo de analfabetos, como peligrosos intelectuales que hablaban una lengua desconocida.Pero por antisemitismo científico entiendo aquel que sostiene, con argumentos histórico- antropológicos, la superioridad de la raza aria sobre la hebrea y la doctrina política del complot hebreo para conquistar el mundo cristiano, cuya máxima expresión son los Protocolos de los Sabios Ancianos de Sión. Y también esto es producto de la intelligentzia laica europea.
En el mundo árabe no existe antisemitismo teológico, porque el Corán reconoce la tradición de los grandes patriarcas de la Biblia, desde el Génesis a Abraham. En la época de su expansión, los musulmanes fueron bastante tolerantes con los hebreos y con los cristianos. Estos eran ciudadanos de segunda categoría, pero en la medida en que pagasen sus impuestos podían seguir con sus respectivas religiones y desarrollar sus negocios. No siendo religioso, el actual antisemitismo islámico es, pues, de naturaleza exclusivamente étnico-política, quedando las motivaciones religiosas relegadas a simples apoyos, no a fundamentos.
Si los sionistas del siglo XIX hubieran establecido el nuevo Estado de Israel en Utah, los árabes no serían antisemitas. No quiero que se me malinterprete. Por razones históricas y religiosas, los hebreos tenían todos los derechos a establecerse en Palestina; durante un siglo su penetración fue pacífica y tienen todo el derecho del mundo a permanecer allí, porque lo conquistaron con su esfuerzo. En cualquier caso, el antisemitismo árabe es territorial y no teológico.
Más grave es, en cambio, la responsabilidad europea. El antisemitismo popular apoyado por el antisemitismo religioso produjo masacres, pero siempre locales y no programadas. El auténtico antisemitismo científico nace a finales del XVII y principios del XVIII y no en Alemania, sino en Italia y en la Francia legitimista. Es en Francia donde toman cuerpos las teorías del racismo y de las raíces étnicas de la civilización. Y es en Francia y en Italia donde se elabora la teoría del complot judaico, responsable primero de los horrores de la Revolución Francesa y, después, de una trama cuyo objetivo sería dominar la civilización cristiana.
La Historia ha probado que los Protocolos fueron elaborados por unos jesuitas legitimistas y por los servicios secretos franco-rusos y que sólo más tarde fueron asumidos como una obra indiscutible tanto por parte de los reaccionarios zaristas como de los nazis.Pero a pesar de todo, la mayoría de los sitios árabes antisemitas de Internet se basan en este antisemitismo científico europeo.
Gianfranco Fini está haciendo todo lo posible para despegar la historia pasada del antisemitismo, y eso le honra. Pero si van ustedes a cualquier librería especializada, encontrarán junto a libros de ocultismo sobre el Santo Grial, los discursos de Mussolini y los Protocolos. Una curiosa mezcolanza de la que se servía un ideólogo italiano de la derecha, siempre presente en estas librerías, como Evola.
Evidentemente, también existen organizaciones terroristas que, independientemente de Fassino o de D'Alema, se proclaman «comunistas». Pero la izquierda italiana ha ganado a pulso, con sus propios muertos, el derecho de distinguirse de estas franjas extremistas, apoyando al Estado contra la deriva terrorista.
¿Quién es entonces el que hace de cualquier hierba un haz? Berlusconi que -por muy eficaz que sea políticamente- no tiene autoridad cultural alguna. ¿La derecha de Fini hace lo mismo o está dispuesta a decir que Evola, cuando no era un estúpido simpático, científicamente inculto pero de agradable lectura, era un furibundo antisemita y no renunció a serlo ni siquiera después de la guerra? ¿Quién tiene que ocuparse de desmantelar, en la escuela y en la educación permanente de los adultos, las locuras del antisemitismo científico del que era cómplice, en los delirantes números de La defensa de la raza, el honorable Almirante?
Es un deber y una necesidad defendernos del terrorismo árabe. Pero combatiendo, al menos en el plano de la educación permanente, a los enemigos que tenemos en nuestra propia casa y que son los inspiradores del antisemitismo árabe.
Umberto Eco es semiólogo y escritor italiano. Ha publicado obras de ficción como El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault, además de varias decenas en ensayos 30 de diciembre de 2003 |