Mahmoud Abbas frente a la historia por Marcos Aguinis
Antes de la Guerra de los Seis Días (junio de 1967) empecé una exhaustiva investigación sobre el conflicto árabe-israelí para escribir un libro que brindara luz sobre sus peligrosas vicisitudes. La documentación reunida me sirvió para construir los escenarios en que se desarrollaba mi primer novela, Refugiados: crónica de un palestino. Luego de esa guerra consideré que la obra iba a ser innecesaria, pero la prosecución del conflicto me estimuló a concluirla y publicarla. No cayó bien en un primer momento ni a la izquierda ni a la derecha, porque se basaba en que tanto los israelíes como los palestinos son hermanos en el infortunio, que necesitan mirarse a los ojos y reconocer sus respectivas llagas; no son enemigos irreconciliables.
Los protagonistas, en el desarrollo de sus dramas conmovedores, sísmicos, llegan a la difícil e iluminadora conclusión de que les espera un futuro de paz. Pero la ruta que conduce a ese objetivo maravilloso es tortuosa y está pavimentada con emponzoñados cepos. La obra empieza y concluye citando a Mahoma: "Di la verdad aunque sea amarga. Di la verdad aun contra ti mismo". En el texto, además de la ficción que mueve a los personajes, se desarrollan situaciones duras de digerir, pero cuya sustancia contribuye a generar el ansiado acercamiento de las partes.
Entre las denuncias que documenta el libro, figura el desprecio que tuvieron hacia los palestinos varios países árabes, tema que ahora es tabú. Parecería haberse llegado a una simplificación extrema del discurso –o del mito– para cargar todas las culpas a Israel (que tiene las suyas, pero no todas). En aquel momento mi novela anticipaba, con temblor, eso que iba a suceder poco después, en 1971: el horroroso "septiembre negro". En efecto, ante la amenaza que significaban para el gobierno de Jordania las tropas cada vez mejor pertrechadas de la OLP, se produjo el más numeroso asesinato de palestinos que registró el siglo entero. Cálculos de las Naciones Unidas elevan las víctimas a unas veinte mil personas. Las balas jordanas empujaron a familias enteras hacia el norte, hacia Siria, donde tampoco fueron aceptadas. Algunas columnas obtuvieron autorización de Israel para llegar al Líbano cruzando su territorio, hecho que ingresa en las paradojas coloridas de esa enrevesada conflagración.
Y es en el Líbano, antes de la guerra civil, antes incluso de que el presidente egipcio Anwar el Sadat realizara su histórico viaje a Jerusalén para anunciar la disposición de su gobierno a firmar la paz, que fue publicada una impresionante confesión de Mahmoud Abbas, actual presidente de la Autoridad Nacional Palestina.
Un texto para recordar
En efecto, en marzo de 1976, en el periódico oficial de la OLP llamado Falastin el Thawra, Mahmoud Abbas expresó ideas sostenidas en Refugiados: crónica de un palestino. Me genera gran alivio advertir que la documentación que yo había utilizado era correcta. Abbas emergía como un personaje de la misma novela, porque también se basaba en las frases de Mahoma: gritó verdades amargas, aun contra sí mismo. Con valentía y un riesgo enorme. Pero reveló agallas y lucidez. Se atrevió a decir lo que muchos callaban. O peor: se dedicaban a deformar. Las argumentaciones y contra-argumentaciones han hecho correr demasiada tinta falsa. Han bloqueado las arterias de la comprensión recíproca con trombos de odio y equívocos muy gruesos. La denuncia de Abbas, publicada en esa ocasión, era tan fuerte como la que había realizado Nikita Khruschev contra Stalin y resultaba difícil de aceptar. La de Khruschev tuvo mejor difusión, porque era el secretario general del Partido Comunista soviético. La de Mahmoud Abbas, en cambio, era la de un dirigente de la OLP que todavía no había alcanzado suficiente reconocimiento.
¿Qué fue lo que dijo en ese número de Falastin el Thawra?
Empecemos por el título: Qué hemos aprendido y qué debemos hacer. Recién se había cumplido un lustro del catastrófico septiembre negro. Esa fecha pasó a convertirse en el emblema de la venganza Palestina, pero no contra Jordania, sino contra Israel. La flamante organización Septiembre Negro inauguró su ominosa lista de atentados contra aeropuertos, ómnibus escolares, hospitales, turistas, con el asesinato de los atletas judíos que participaban en las Olimpíadas de Munich. Israel prometió ajusticiarlos "uno por uno", y lo hizo con obstinada firmeza, como no había sucedido hasta entonces. En el Líbano comenzaban a soplar los vientos de una pavorosa guerra civil y aumentaba el rechazo de la población cristiana y chiita contra los asentamientos palestinos.
Mahmoud Abbas no era blando con Israel. De ninguna manera. Lo detestaba y había escrito una deplorable tesis que negaba el Holocausto. Pero no quería seguir embotado con versiones distorsionadas que alejan la solución. Por lo tanto, fue uno de los pocos que se atrevieron a poner su firma para decir que "los ejércitos árabes invadieron Palestina para protegernos de la tiranía sionista. Pero en lugar de conseguirlo, nos abandonaron, nos obligaron a emigrar y a renunciar a nuestra patria". Esa frase era un terremoto, pero coincidía con las informaciones que cualquier investigador puede encontrar en la prensa de los años 1947-49. Incluso lo dijo el diario jordano Al-Urdun el 9 de abril de 1953: "Al difundir falsos rumores sobre las atrocidades judías, nuestros dirigentes infundieron terror en los corazones de los árabes y los hicieron huir abandonando sus hogares y sus bienes al enemigo". Los israelíes, que entonces no disponían ni de un tanque ni de un avión propio, aprovecharon para sacar ventaja y en algunos sitios fomentaron el éxodo que ya se había puesto en marcha.
Tenía razón Mahmoud Abbas en estar muy enojado. En 1947, las Naciones Unidas habían votado la partición del territorio en dos Estados independientes, uno judío y otro árabe. Los judíos aceptaron esa resolución, pese a que más del 70% adjudicado era un desierto total. Los Estados árabes vecinos no sólo la ignoraron, sino que invadieron el país apenas se retiró el ocupante británico con el propósito manifiesto y repetido, de "arrojar los judíos al mar". Para facilitar su tarea exigieron a muchos palestinos que fugaran hacia el norte, el sur y el este, a fin de que las tropas pudieran barrer con más comodidad a la población israelí. Por eso muchas aldeas árabes quedaron desiertas antes de que llegase un solo soldado judío, por eso casi no hubo bajas palestinas. Por eso Mahmoud Abbas denunció sin rodeos que los ejércitos árabes "nos obligaron a emigrar y renunciar a nuestra patria".
De no haberse producido esa invasión que se mofó del derecho internacional, hoy celebrarían en forma simultánea su independencia el Estado de Israel y el Estado Palestino. No habría refugiados árabes ni una historia llena de sangre y de teratológico odio. Así, los Estados árabes que invadieron Palestina son responsables de la tragedia y deben contribuir a su solución. No creo que Mahmoud Abbas lo olvide en las próximas negociaciones de paz.
Otras iniquidades
La denuncia de Abbas continúa con otros tópicos. Afirma que los Estados árabes, luego de su derrota, "nos arrojaron a prisiones similares a los guetos en que habían vivido los judíos de Europa oriental, como si nos hubiesen condenado a una permuta". Se refería a los campos de refugiados que se erigieron en torno de Israel y donde los desplazados eran obligados a permanecer encerrados y vivir de la ayuda internacional. En vez de que esos sitios funcionasen como áreas de tránsito, se convirtieron en hormigueros permanentes. En el siglo XX hubo centenares de millones de refugiados, pero los únicos, absolutamente los únicos que no dejaron de serlo gracias a la obstrucción de sus hermanos anfitriones, son los palestinos. Con la excepción de Jordania, ningún país árabe aceptó brindarles su ciudadanía. Cuando en Libia o en Kuwait hizo falta mano de obra para sus desarrollos petroleros, sólo permitieron que fuesen los varones sin sus familias, para asegurarse de que no iban a quedarse. En el Líbano, por ejemplo, hay centenares de miles de palestinos que no pueden adquirir propiedades ni desarrollar una vida equivalente a los demás ciudadanos. La lista de esa discriminación es larga.
Mahmoud Abbas acusa en ese artículo a los Estados árabes por "haber fracturado nuestra unidad y no habernos reconocido como pueblo hasta que el resto del mundo lo hizo". Tenía también razón en este punto. Recuerdo que cuando empecé mi novela, ni siquiera se hablaba de "pueblo palestino", sino de "los refugiados árabes de Palestina". Palestinos eran todos los que habitaban en el territorio que había sido colonia británica, incluso los judíos, incluso los jordanos. LA NACIONalidad palestina es muy joven y empezó a construirse después de la independencia de Israel y de que el reino de Transjordania cambió su nombre por el de Jordania.
El texto de Abbas contribuye a un imprescindible acercamiento con Israel, del cual se nutrirá para convertirse en el Estado árabe más progresista del mundo. Desmiente la impúdica campaña que pretende convertir la guerra de la independencia de Israel (1947-49) –una guerra anticolonialista, legítima y popular– en una pretendida limpieza étnica. No hubo tal cosa. El líder de Israel era el humanista David Ben Gurión, que apenas juró como premier invitó a que los árabes permanecieran en sus hogares para construir juntos el futuro. El idioma árabe fue consagrado idioma oficial del flamante Estado, junto con el hebreo. En Israel viven ahora un millón de árabes que son ciudadanos con todos los derechos, incluso con diputados, intendentes, jueces, diplomáticos, académicos y artistas. Los árabes israelíes no practican el terrorismo suicida ni ningún terrorismo, aunque aún, como consecuencia del conflicto tan sangriento, en la práctica sienten alguna que otra deplorable discriminación.
En el mundo entero se percibe que aumenta la esperanza cuando un hombre como Mahmoud Abbas, desde la firme defensa de los derechos de su pueblo, se niega a enlodarse en la mentira. Su tarea es enorme, porque debe conseguir el monopolio de la fuerza si quiere llegar a un Estado soberano de verdad; dicho en forma clara, debe terminar con los ingobernables ejércitos paralelos. Hasta ahora demostró calidad humana y ser un buen político, ahora debe revelarse como estadista.
Por Marcos Aguinis Para LA NACION |