2/7/2008
Efemérides
A 104 años de la muerte de Hertzl.
Un día como hoy moría en Israel el estadista, escritor y periodista Theodor Herzl, fundador de la Organización Sionista Mundial y organizador del Primer Congreso Sionista.
El pueblo judío, indudablemente, es el más antiguo con una fuerte conciencia nacional y, sin embargo, se necesitaban casi dos mil años para que en este pueblo, disperso y sin hogar propio, surgiese otra vez la idea de tener su Estado y vivir organizado en una nación. Mientras se hallaban en la diáspora, los judíos dieron grandes políticos y estadistas a las naciones en cuyo seno vivían asimilados, como por ejemplo a Disraeli en Inglaterra, a Lasalle y Rathenau en Alemania, a Gambetta y Crémieux en Francia, a V. Adler en Austria y a Luzzatti en Italia; pero ninguno de ellos, aunque de origen y confesión hebrea, se preocupaba por la suerte del pueblo de Israel ni pretendía interpretar o realizar su voluntad colectiva.
El Estado de Israel se hizo principalmente por obra del movimiento sionista político de Theodor Herzl, el primer estadista judío de la diáspora, a los cuarenta y cinco años de su muerte.
Theodor Herzl nació en Budapest el 2 de mayo de 1860, en una familia hispanojudía que desde España, pasando por el Imperio Otomano, llegó primero a los Balcanes y luego se estableció en Hungría, asimilándose a la cultura alemana como la mayoría de los judíos que vivían en las ciudades de la Europa Central. La lengua alemana fue el vehículo de su expansión por todos los países de la Europa Central y Oriental, siendo al mismo tiempo el medio de entendimiento entre ellos mismos.
El padre de Theodor, Jacob, gozaba de una acomodada posición en la burguesía de la capital húngara, pudiendo proporcionar a su hijo una buena educación. La madre, Jeanette Diamant, también de una conocida familiar sefardí, era una mujer hermosa y de finos sentimientos, cuya armoniosa prestancia física y cuyo don literario heredó Theodor. "Dori", como le llamaban sus íntimos, estudió en Budapest el Bachillerato, manifestando ya en aquellos años mozos sus inquietudes intelectuales y facultades organizadoras al fundar un círculo literario.
En 1878, murió su única hermana, Paulina. El doloroso hecho fue el motivo de que la familia Herzl se marchara de Budapest y se estableciese en Viena. Theodor se matriculó en la Facultad de Derecho, terminando la carrera, con el grado de doctor en leyes, en 1884. Algún tiempo ejerció la abogacía en Viena y una breve temporada estuvo en el Tribunal de Salzburgo, pero pronto se convenció de que su vocación era el periodismo y abandonó la jurisprudencia dedicándose exclusivamente a las letras.
En sus años de estudiante en Viena conoció a Julia Naschauer, descendiente de una familia húngaro-hebrea, con la que se casó en 1889. El matrimonio de Herzl, bendecido con tres hijos, fue feliz y Julia, su fiel esposa, con gran abnegación soportó el despilfarro de la fortuna familiar y las prolongadas ausencias de su marido en el último decenio de su vida.
Theodor Herzl escribió y publicó su primer artículo siendo aún alumno de Bachillerato, y durante sus estudios universitarios se interesó más por la literatura que por el Derecho. Para un joven judío de talento estaban a disposición las columnas de los grandes periódicos y revistas austríacos, puesto que una considerable parte de ellos estaba en manos del capital judío. Los artículos de Herzl fueron advertidos, y no le fue difícil entrar en la redacción de uno de los más grandes y más influyentes periódicos de Viena: Neue Freie Presse.
Alternando con el periodismo, Herzl escribió también para el teatro varias comedias, casi todas relacionadas de algún modo con la cuestión judía. Entre los más conocidos títulos figuran: Seine Hoheit (Su Alteza), Der Flchtling (El fugitivo), Das neue Ghetto (El nuevo ghetto), Solon in Lydien (Solón en Lidia), Unser Kהtchen (Nuestra Catalina), Grethel, Prinzen aus Genieland (Príncipes del país de los genios), Estas comedias, en su tiempo celebradas por un sector del público vienés y berlinés, obtuvieron un éxito discreto, demostrando, que el teatro no era el verdadero campo de trabajo para Herzl, como tampoco la poesía, que a ratos cultivaba. En la Viena de un Hofmannsthal y de un Rilke, la producción literaria de Herzl era más que modesta para poder asegurar fama a su nombre.
Su fuerza de escritor estaba en el artículo periodístico, en el feuilleton, que se cultivó mucho en la gran prensa vienesa. Viajando por varios países europeos, vino Herzl, en 1891, a España, desde donde enviaba a su periódico interesantes crónicas sobre la vida política y cultural española bajo la Regencia. En Madrid le sorprendió el nombramiento de corresponsal del Neue Freie Presse en París.
Cinco años, de 1891 a 1896, permaneció Herzl en la capital de Francia informando a sus lectores sobre la política francesa. Sus crónicas de corresponsal y otros artículos periodísticos, publicados después en libros, Gesammelte Feuilletons (3 vols, Berlín, 1911) y Das Palais Bourbon (Leipzig, 1895) dan testimonio del ojo penetrante y de la agilidad de Herzl como observador político. La estancia en París no sólo consagró a Herzl como periodista, pues en 1896 fue llamado a Viena para encargarse de la dirección de la sección literaria de Neue Freie Presse, que llevó hasta su muerte, sino que aquellos años fueron decisivos para su actividad política. él mismo anotó en su Diario que el problema judío le interesaba desde siempre, lo cual no le impidió ser miembro activo de la asociación de los estudiantes nacionalistas alemanes "Albia".
él quería pasar por totalmente asimilado al ambiente, pero siempre tuvo que sentir que pertenecía a un pueblo odiado y perseguido. Siendo alumno de Enseñanza Media, hubo de cambiar de Instituto a causa de las arrogancias de un profesor, y, más tarde, en la Universidad, se estremeció al enterarse de los sangrientos pogroms que se habían producido en Rusia contra los judíos, en los años 1881 y 1882.
Cuando Georg Schצnerer acentuó el antisemitismo como parte integrante de su programa pangermano, Herzl salió de la asociación "Albia". Pero el famoso proceso Dreyfus, del que fue en París testigo ocular, presenciando todas las peripecias del affaire en la vida francesa, le hizo ver y comprender lo trágico del eterno problema judío. Este proceso fue para Herzl la revelación del judaísmo y del antisemitismo, constituyendo el punto de partida que había de emprender en defensa de los derechos de sus correligionarios. Le hirió más que nada el hecho de que tales explosiones de antisemitismo hubieran podido producirse precisamente en Francia, patria de los derechos del hombre. Antes creía que con la elevación espiritual podrían superarse todos los prejuicios antijudíos, considerando el antisemitismo posible sólo en los medios atrasados y pobres, pero después se convenció de que ni el progreso en las ciencias y en la técnica ni el elevado nivel de la civilización eran capaces de impedir tales retrocesos antidemocráticos.
Sabe que el antisemitismo no es un fenómeno pasajero, sino la consecuencia de la anormal situación de los judíos en el mundo. Por eso dice: "No nos dejemos abatir por el odio que nos rodea. Somos un pueblo y contamos millones.
El mundo no puede desinteresarse de nosotros si tomamos nuestra suerte en las propias manos. Ya que somos perseguidos y se nos aparta de los demás, trabajemos para lograr una existencia nacional, libre y normal.
Proclamemos en voz alta que queremos un Estado judío, y creemos el movimiento que lo realice". Con esto nació el sionismo como un movimiento político.
También antes existía una vaga idea sionista, llena de misticismo, pero lejos de un programa político y soluciones prácticas. Herzl, al concebir la idea de un Estado nacional para los judíos, todavía no conocía otros planes para la emancipación judía, como tampoco sabía algo de la organización "Joveve Zion" que, en consecuencia de los feroces pogroms de 1882, organizó el cirujano Jehudah Leib Pinsker, en Odesa en 1885.
Pinsker también propagaba una solución nacional del problema judío, sugiriendo igualmente la colonización del exceso de la población judía en los países de persecución en Palestina, pero por medio de infiltración, y sin pedir un territorio propio. Como se puede deducir de su Diario, Herzl, aun antes, había buscado soluciones al problema judío.
Ya en 1878 pensó en el regreso de las masas judías a Palestina. Posteriormente se le ocurrió la idea de conversión de las masas hebreas al catolicismo con el fin de protegerlas de las persecuciones y asegurarles paz y una tranquila convivencia de las futuras generaciones. Herzl, por aquel entonces, no era hombre de acción, y en este sentido no se hizo nada. Sin embargo, los círculos liberales y judíos de Viena rogaron, por mediación del cardenal Schצnborn, al Papa León XIII que amonestara al grupo de antisemitas austríacos. Pero a partir del proceso de Dreyfus, Herzl se consagra con todas sus energías a la acción y a la realización de su idea. Primero buscó colaboradores entre los rabinos e intelectuales y pidió la ayuda económica de los grandes capitalistas y filántropos judíos, pero tuvo poca suerte. De los intelectuales se adhirieron a su movimiento desde el primer momento dos grandes escritores judíos: Max Nordau de Alemania, y Zangwill (Israel) de Inglaterra.
El gran rabino de Viena, Gdeman, que en un principio siguió con simpatía su labor, se convirtió más tarde en su gran enemigo. Siguieron su ejemplo muchos rabinos de Alemania, llamados "Protestrabbiner".
Los barones judíos Hirsch y Edmond de Rothschild sostenían sus propias obras filantrópicas financiando la colonización judía en Palestina y Argentina, pero no querían ni hablar de un Estado judío, considerando esta idea sumamente peligrosa para las buenas relaciones con los gobiernos de Constantinopla y Londres.
Fracasados los intentos de ganar para sus planes a los judíos prominentes, Herzl decidió dirigirse a las masas, odiadas y perseguidas, esperando de ellas comprensión y apoyo. Con tal fin compuso el libro Der Judenstaat (El Estado judío, una solución moderna de la cuestión judía, Viena, 1896), El pequeño escrito, de algo más de cien páginas, fue traducido inmediatamente al inglés, francés y ruso, despertando un enorme interés de las masas judías por el sionismo político.
La idea fundamental de esta obra programática es la siguiente : "La cuestión judía es una cuestión nacional; para solucionarla tenemos que hacer de ella, ante todo, una cuestión mundial que ha de ser resuelta en un Consejo de naciones civilizadas. Nosotros somos un pueblo, un pueblo", Herzl pide para la nación judía la soberanía sobre un territorio que podría ser Palestina o la Argentina, puesto que en ambos países se han hecho tentativas de colonización por infiltración paulatina.
La Argentina dispone de mejores condiciones económicas, pero Palestina es la patria histórica del pueblo, y si el Sultán les diese este país, los judíos se comprometerían a sanear la economía de su Imperio. Para llevar a la práctica su plan, Herzl sugiere la creación de dos compañías, la "Jewish Company" y la "Society of Jews", La primera debería ser un órgano para el suministro de fondos y para la colonización, que, primero, liquidaría los intereses y los bienes de los inmigrantes en los países de la diáspora, y luego organizaría el orden económico en la nueva patria.
La "Society of Jews" sería una especie de procurador o gestor de los judíos, cuya tarea consistía en explorar científicamente el país y conseguir concesión y reconocimiento internacionales, es decir, tendría la autoridad de constituir el nuevo Estado judío.
Ninguna de las dos compañías serían organizaciones democráticas, de masas, sino asociaciones de judíos destacados en hacienda, ciencia y política. La Constitución del futuro Estado se basaría en una democracia representativa, debiéndose hacer la política de arriba abajo, como en una república aristocrática.
Para Herzl, "el sionismo es una parte de la cuestión del Cercano Oriente y el problema judío entra en los intereses coloniales de Europa. Los gobiernos de los países afectados por el antisemitismo tienen sumo interés en ayudamos a obtener tal soberanía", Convencido de la exactitud de estas suposiciones suyas, Herzl empezó sus primeras gestiones diplomáticas.
El pastor protestante W, H. Hechler, entusiasmado por sus proyectos, le facilitó entrevistas con el Gran Duque de Baden, Federico I, que se le mostró muy propenso, pero no supo ni pudo ganar para su idea al Kaiser, como Herzl esperaba. Una carta dirigida al príncipe de Bismarck quedó sin contestación. La entrevista con el Nuncio apostólico en Viena, Mons. Agliardi, tampoco dejó ilusiones en el ánimo de Herzl, aunque él había ofrecido la neutralización de los Santos Lugares. El Nuncio no creía en la posibilidad de realizar estos planes, y la Santa Sede prefirió esperar prudentemente los acontecimientos, interesada vivamente en la justa solución del problema de Tierra Santa. Entonces, Herzl decidió negociar directamente con el Sultán.
Newlinski, un ex político polaco, a la sazón al servicio del gobierno otomano, le consiguió la audiencia. Abdul Hamid, a pesar de la desastrosa situación económica de su Imperio, declinó los millones judíos a cambio de soberanía sobre una parte del territorio nacional. Rechazado también por el barón de Rothschild y frustrado su intento de acercarse a la Corte rusa por mediación del Príncipe de Bulgaria, Fernando, Herzl no se desanimó, sino que continuó con más empeño trabajando con las masas judías. éstas necesitaban un órgano ideológico y propagandístico y una fuerte organización, cuyos representantes se reunirían en grandes congresos sionistas para discutir públicamente los problemas referentes a la realización del programa, Por su actividad, Herzl fue generalmente considerado como jefe del movimiento sionista político, y cuando una delegación de la asociación universitaria "Kadimah", de Viena le pidió que se encargara también formalmente de la jefatura del movimiento, él lo aceptó.
En junio de 1897 fundó el diario Die Welt (El Mundo), que ha sido el órgano central del movimiento. El periódico, que se publicaba en Viena bajo su dirección, era para él una fuente de disgustos. Los propietarios del Neue Freie Presse le reprocharon el trabajo en este periódico y en el movimiento sionista; Herzl estuvo a punto de dejar su puesto en el Neue Freie Presse, pero como no disponía de otros medios para vivir y, además, tenía que cubrir el déficit del Die Welt, permaneció hasta su muerte en la redacción del gran diario vienés.
Aún más dificultades encontró al convocar el primer Congreso sionista en 1897. Con sus más íntimos colaboradores pensó que el lugar ideal para tal congreso sería Muních; pero los rabinos alemanes (los "Protestrabbiner") pidieron al gobierno bávaro que no se autorizase la celebración del Congreso sionista.
La plutocracia judía de Alemania temía que un congreso sionista pudiera provocar una nueva ola de antisemitismo.
Las poderosas organizaciones de "Joveve Zion" también se oponían, pero Herzl perseveró en su decisión y logró reunir el primer Congreso sionista en Basilea. A pesar de la oposición de los judíos "asimilados", el Congreso constituyó un éxito, siendo creada en él la Organización Mundial Sionista y proclamado el programa, llamado "de Basilea", que reza: "El objetivo del sionismo es crear un hogar en Palestina para el pueblo judío, asegurado por el Derecho Público".
Queriendo resumir los resultados de este Congreso, Herzl anotó en su Diario: "En Basilea fundé el Estado Judío; si yo dijera esto hoy, sería objeto de la risa universal; en cinco años, quizás en cincuenta, cualquiera lo verá". Designada Palestina por el Congreso como la tierra de colonización y del futuro Estado judío, Herzl continuó las negociaciones diplomáticas para obtener un "Charter" del Sultán. Otra vez se entrevistó con el Gran Duque de Baden, que informó al Kaiser sobre los proyectos de Herzl. Luego habló con el Conde de Eulenburg y con el Canciller Von Blow. Por fin consiguió una audiencia de Guillermo II durante su visita a Constantinopla. El Kaiser pareció interesado en el asunto, Herzl le pidió únicamente que recomendara ese asunto a Abdul Hamid. Unos días más tarde hablaron el Kaiser y Herzl dos veces más en Tierra Santa, donde podían apreciar todas las posibilidades de los proyectos del sionismo y examinar los resultados obtenidos por los colonos judíos. A pesar de las buenas impresiones, Guillermo II no quiso apoyar a Herzl en la Sublime Puerta, a causa de la oposición del Canciller Von Blow.
En este viaje vio Herzl por primera vez la Tierra de Promisión. La vio como era y la imaginó como sería en el futuro Estado nacional : cultivada y próspera por obra del pueblo judío. Esta visión suya situada en el año 1920, cuando ocurre la acción de su novela utópica Altneuland (Vieja-Nueva Patria), publicada en 1900, es hoy en gran parte realidad.
El segundo Congreso sionista, que se celebró en 1898, también en Basilea, estaba dedicado a cuestiones prácticas, en primer lugar a la fundación del Banco Colonial como instrumento financiero del sionismo. El Jewish Colonial Trust, con sede en Londres, tenía un capital nominal de dos millones de libras, pero hasta el año 1902 no se suscribieron más que 250.000 libras por 140,000 accionistas de todo el mundo. Otra vez se abstuvieron los judíos pudientes, En el tercer Congreso, en 1899, surgieron diferencias ideológicas. Los " prácticos recomendaban una inmigración inmediata, aunque de infiltración clandestina, mientras los " espiritualistas" de Achad Haam, que desde los mismos principios atacaba todos los proyectos de Herzl, se daban por satisfechos con la creación de un simple centro espiritual en Palestina.
Los rabinos de Alemania y Austria veían en el sionismo gran peligro para la estabilidad de las comunidades judías en Europa interpretándolo como enemigo de todas las tradiciones mesiánicas. Pero a pesar de estas diferencias y polémicas, el sionismo estaba en marcha, teniendo cada vez más adeptos, incluso procedentes del "Joveve Zion".
Desde el principio de sus esfuerzos diplomáticos Herzl había pensado en Inglaterra como potencia interesada en el Cercano Oriente que podría prestarle ayuda para realizar el Estado judío, pero como el sionismo se originó como reacción del antisemitismo, y éste apenas si existía en Inglaterra, Herzl trató primero de consolidar su movimiento en los países de la Europa Central y Oriental, donde las masas judías vivían en constante peligro. Conseguido en parte este propósito y agotados todos los medios de interesar a los gobiernos afectados, Herzl decidió celebrar el cuarto Congreso en Londres en 1900. Al cabo de muy animadas discusiones fue votada una resolución en la que se trataba de conciliar varios puntos de vista que hicieron su aparición en el movimiento y que una vez ponían su mirada en los problemas culturales y religiosos y otra vez en la acción política y económica. Pero el resultado más importante de ese Congreso fue su repercusión en los círculos gubernamentales británicos, que empezaron a interesarse por la colonización judía.
En el mes de mayo de 1901 renovó Herzl sus contactos con el Sultán a través del orientalista profesor Vambery, de origen hebreo. El momento psicológico era bueno, porque la situación económica del Imperio Otomano no podía ser peor y el Sultán necesitaba urgentemente un préstamo que no le pusiera en manos de las grandes potencias europeas. La entrevista entre Abdul Hamid y Herzl se desarrolló en un tono cordial, y Herzl salió del palacio con buenas impresiones, pero tampoco esta vez con éxito, ya que el débil monarca estaba totalmente dominado por sus altos funcionarios, que ya estaban preparando otro préstamo y además temían el surgimiento de un Estado judío en Palestina.
En el quinto Congreso, reunido otra vez en Basilea, a finales del año 1901, aumentaron las disensiones a causa del fracaso de las negociaciones con el Sultán ; en cambio, el Banco Colonial se consolidó y además se creó el " Fondo Nacional Judío ". Un mes después de este Congreso, en febrero de 1902, fue Herzl llamado por un alto personaje del gobierno otomano a Constantinopla. Abdul Hamid le propuso una dispersa colonización de judíos en varias regiones de Turquía, principalmente en Mesopotamia, pero con exclusión de Palestina, Herzl lo rechazó y volvió a Viena con las manos vacías. Una vez más intentó Herzl obtener el "Charter" del Sultán. En julio del mismo año, durante su última estancia en Constantinopla, le entregó un Memorándum ofreciendo al Imperio la unificación de la deuda del Estado a cambio de un "Charter" o una concesión con que se garantizase la colonización judía en Mesopotamia y en la región de Haifa en Palestina. Estaba seguro de que los capitalistas judíos acudirían con sus medios financieros en el caso de que el Sultán le concediese la ansiada Carta; pero el Sultán repitió la misma propuesta del mes de febrero, que Herzl no pudo aceptar.
Al mismo tiempo surgieron posibilidades de encontrar una porción de tierra para la colonización y fundación del Estado judío en el Imperio Británico, Herzl fue llamado ante la comisión Real Británica para la Inmigración (Alien Commission) para exponer sus planes, y en octubre de 1902 empezaron serias negociaciones con el gobierno de Salisbury, con el fin de encontrar un territorio para la colonización judía. El ministro de Asuntos Exteriores, lord Landsdowne, apoyó el plan de Greenberg, según el cual se les daría a los judíos la región de EI-Arish, en Egipto. Fue nombrada una comisión de técnicos cuya misión era preparar las condiciones jurídicas y económicas para la realización de los planes de Herzl. El dictamen de la comisión fue favorable, suponiendo que el gobierno de Egipto permitiese la irrigación de esta región con las aguas del Nilo; pero era imposible conseguir precisamente esta concesión; además, el gobierno otomano y los círculos militares británicos hicieron todo lo posible para que fracasase ese plan de colonización de judíos en una región de gran valor estratégico. Herzl, que ya se había familiarizado con la idea de organizar un territorio judío en EI-Arish, cerca del Monte Sinaí, de tantas evocaciones históricas para el pueblo judío, volvió de Egipto agotado, pero no vencido.
En Londres le recibió el ministro de Colonias, Joe Chamberlain, ofreciéndole una región de Uganda, en el áfrica Oriental Británica, con amplia autonomía. Herzl aceptó esta propuesta como una solución de urgencia para las víctimas de los nuevos pogroms verificados en Rusia y Rumania, sin renunciar a Palestina. Aun con esta distinción, el proyecto con Uganda sería motivo de grandes polémicas en el sexto Congreso sionista que se celebró en Basilea, en 1903, conocido por el nombre de "Congreso de Uganda".
Una gran oposición se levantó en este Congreso contra Herzl. El no podía hacer otra cosa que informar sobre sus fracasos en las negociaciones con el Sultán y con el gobierno egipcio sobre EI-Arish. Ni su reciente viaje a Rusia aportó resultados. La población judía le recibió allí en triunfo, pero no consiguió una audiencia del Zar, teniendo que contentarse con redactar un memorándum para Nicolás II. Sus entrevistas con los ministros Plehwe y Witte tampoco dieron resultados concretos. Lo único que le quedó era el proyecto con Uganda, que él consideraba sólo como "un asilo nocturno", hasta que no se consiguiera Palestina. La oposición le reprochó la traición de los ídeales del judaísmo afirmando que Uganda no era Sión y que este territorio no tenía ninguna relación con la historia ni con la religión judía.
Al cabo de muchas discusiones y con escasa mayoría, el plan de Uganda fue aceptado con muchas reservas respecto a la utilización de los fondos. De todas maneras fue aprobada una moción para enviar a Uganda una comisión exploradora.
El Congreso de Uganda fue el último Congreso sionista que Herzl presidió. Volvió a Viena cansado y exhaustas sus fuerzas físicas. Su salud estaba ya seriamente quebrantada. En vez de descansar tuvo que continuar la lucha. Los sionistas rusos del "Joveve Zion" convocaron en Jarkov una conferencia en la que, instígados por M. M. Ussischkin, gran enemigo de Herzl, redactaron un verdadero ultimátum al presidente, en que le exigían que en lo sucesivo no propusiera al Congreso ningún plan territorial que no fuera única y exclusivamente en Eretz Israel, debiendo prometer que antes del séptimo Congreso la proyectada colonización en áfrica Oriental sería liquidada y que debería iniciar inmediatamente una labor práctica en el Eretz Israel. Herzl, aunque gravemente enfermo, tiene energías aún para sostener negociaciones con el ministro ruso Plehwe y con el Gran Duque de Baden acerca de la ayuda rusa y alemana, respectivamente, en el asunto de Palestina. Al principio del ano 1904 fue recibido en audiencia por el rey de Italia, Víctor Manuel II, y por el Papa Pío X. Víctor Manuel le expresó sus simpatías, pero el Papa se opuso a que Palestina volviera a los judíos, reafirmando la conocida postura de la Santa Sede acerca de los Santos Lugares.
Todavía tuvo tiempo para hacer los últimos esfuerzos con el fin de conseguir una tregua en las filas del sionismo y redactar un memorándum para el zar Nicolás II. Inútilmente buscó remedio a su salud en el balneario Franzensbad y en Edlach, donde murió el 4 de julio de 1904, a consecuencia de una anemia cerebral. Apenas había cumplido los cuarenta y cuatro años, y de éstos sólo los nueve últimos estaban enteramente dedícados al sionismo político, Herzl llamó a su sionismo "político" para distinguirlo del programa cultural y nacional del "Joveve Zion", él consideraba a los judíos como una unidad moral y política. Su problema jamás puede ser resuelto en la diáspora, donde los judíos siempre permanecerían en una minoría sin ninguna fuerza política.
Por eso la cuestión judía debía ser resuelta en un plano de política internacional. Consecuentemente, creó Herzl una política nacional judía, con el fin de conseguir la erección de un Estado judío. Todas sus gestiones diplomáticas estaban encauzadas en ese sentido: asegurar a los judíos un territorio garantizado por el Derecho Público Internacional; sin esta postura fundamental, que era lo nuevo que Herzl introdujo en el sionismo, no se podría comprender la posterior "declaración de Balfour"; ni la fundación del Estado de Israel.
Herzl creó una poderosa organización sionista que se extendió por todo el mundo, Sus órganos, es decir, los Congresos, comités de acción y asambleas locales estaban constituidos sobre una base democrática ; pero él personalmente fue siempre muy autoritario. En todo fue una personalidad fuerte y atrayente que creía poseer una fe inquebrantable en sus ideales, estando siempre seguro de que un día se realizarían. En efecto, sólo cuarenta y cinco años después de su muerte, el Estado de Israel fue reconocido por la Organización de las Naciones Unidas. La moderna ciudad de Tel-Aviv es la realización de sus sueños utópicos en la novela Altneuland (Vieja-Nueva Patria, que en hebreo se expresa Tel Abid, y de aquí el nombre de la ciudad). Sin embargo, dos cosas no previó Herzl con suficiente claridad: la imposibilidad de Palestina de absorber toda la población judía amenazada y perseguida en la diáspora, durante la primera mitad de este siglo, y el nacionalismo árabe. Y estas dos cosas significan, a la larga, un grave peligro para su obra.
Fuente: www.geocityes.com