CR׃NICA
Viaje al corazón de los gauchos judíos
Quien visite en Entre Ríos las colonias levantadas en las tierras del barón Hirsch, a fines del siglo XIX, encontrará sinagogas, casas y estaciones de trenes convertidas en museos y cuidadas por descendientes de quienes llegaron huyendo de pogromos.
POR DIEGO VALENZUELA
Para La Nacion – Buenos Aires, 2008
Sentía mucha curiosidad por recorrer las huellas de las colonias judías de Entre Ríos, inmortalizadas por Alberto Gerchunoff en el célebre libro Los gauchos judíos. Ya no hay rastros de Rajil, la aldea en que situó su relato, pero de otros pueblos quedan numerosos y valiosos vestigios. El de Gerchunoff fue un texto de gran impacto en el siglo XX, al punto de convertirse en una exitosa película de la mano de Juan José Jusid, en 1975. “Los judíos sembraron trigo y cosecharon doctores”, dice Nito Gorskin con una sonrisa, para explicar por qué las colonias fueron desapareciendo progresivamente durante el siglo pasado. Nito es hijo y nieto de colonos, y hoy está dedicado a mantener viva la memoria desde el Museo Judío de Concordia.
Los gauchos judíos fue un texto elaborado en tiempos del Centenario con la idea de proyectar la asimilación del inmigrante judío en la cultura nacional. Su recorrido idealiza la gesta de aquellos colonos que, escapando de las agresiones (pogromos) en la Rusia zarista de fines de siglo XIX, crearon de cero sus aldeas en tierra entrerriana. En el libro de Gerchunoff las miserias se sobrellevan con hidalguía y el resultado del esfuerzo es la argentinización del colono. En cambio, existen otros textos sobre el mismo tema que develan el costado traumático de la experiencia, que no tuvo un tránsito ni un final necesariamente felices. Los tres volúmenes del libro de Marcos Alpersohn, Colonia Mauricio son un ejemplo de esto.
Con estos textos en mente, el plan era aprovechar la última Semana Santa -en familia y con amigos-, para recorrer las colonias y hablar con la gente que conoce aquella historia de primera mano. Villa Clara, Villa Domínguez y Basavilbaso son los tres ejes principales de un recorrido por el centro rural de la provincia de Entre Ríos. Allí compró el barón Hirsch unas 270.000 hectáreas para su emprendiminento colonizador.
Solo calificaban para convertirse en colonas las familias con dos hijos varones, aunque muchos se sacaban años o anotaban como varón a una hija mujer para poder ingresar. Se les entregaba un terreno para una casa, más una parcela de campo sin nungún tipo de infraestructura (desde 50 a 150 hectáreas, según la conformación familiar). Al comienzo la obtención de tierras fue sencilla, pero con la muerte de Hirsch y de su mujer, Clara Bischoffsheim, en 1896 y 1899 respectivamente, las condiciones establecidas por los administradores de la Jewish Colonization Agency se endurecieron.
Concordia
La primera escala de nuestro periplo fue Concordia, donde se erige el Museo Judío de Entre Ríos. Es jueves por la tarde y Nito Gorskin nos recibe con la calidez del hombre de campo. Nacido y criado en la colonia Santa Isabel, autor de un texto de historia oral (Querencia), es hijo y nieto de colonos judíos; su padre David Gorskin escribió -en idish- el libro Memorias de Santa Isabel.
Recorremos con su ayuda el museo, una casona restaurada que perteneció a Víctor Oppel, un sobreviviente del Holocausto. Fotos, objetos, documentos y otros materiales nos permiten acercarnos a la historia de aquella colonización que empezó con la llegada de un grupo de familias originarias de Rusia en el vapor Pampa en 1891. Nito nos explica por qué los judíos vinieron a esta tierra: debido a los acosos y persecuciones que sufrían en «La Zona» que el Zar destinaba para aislar a los judíos, y gracias al apoyo del Estado argentino, ávido de capitales y de inmigrantes.
Es viernes por la mañana y vamos hacia Villa Clara, que fue la mayor de las colonias con sus 80 mil hectáreas, y cuyo nombre es un homenaje a la mujer del barón Hirsch. Los primeros judíos llegaron en 1892 y hoy quedan allí unos treinta hogares de la colectividad. Rápidamente comprobamos que en el pueblo -una de las aldeas de la antigua Colonia Clara- se cruzan las calles barón Hirsch y San Martín, simbólicamente los próceres de la nación y de la patria chica de aquellos gauchos judíos. Marta Muchinik nos acompaña sumando comentarios reveladores. Visitamos el cementerio, a unos kilómetros por un camino de tierra, y luego la joya del lugar, la sinagoga Beth Jacob, construida entre 1911 y 1917. Es un templo reformista -restaurado en 2004- en el que las mujeres tienen una participación dominante.
Unas cuadras más allá vemos cómo han convertido la vieja sinagoga del pueblo (de 1905) en un shule o escuela hebrea, al que concurren unos diez niños. Es una construcción modesta con canchita de fútbol. Nos reciben con amabilidad y pasión a la hora de contar el pasado. Almorzamos unos espléndidos varenikes de papa con salsa de tomate, mientras se cuentan historias de la colonización condimentadas por los chistes de Abraham, el carnicero del pueblo desde hace veintitrés años.
El Museo Histórico de Villa Clara está en la estación ferroviaria, casi abandonada a pesar de que últimamente ha pasado el célebre tren Gran Capitán. Cuando se acerca, dos veces por semana, hay que avisarle al maquinista con la mano para que se detenga. Allí vimos que un joven de Buenos Aires contemplaba el vestido de novia de su abuela, expuesto en el Museo. Cuentan los pobladores que para mantener el edificio en condiciones no reciben ayuda de las instituciones comunitarias y que dependen del turismo cultural como fuente de ingresos. Por ello dudan del sostenimiento del museo en el futuro.
Seguimos por el camino de ripio custodiado por la soja rumbo a Villa Domínguez. Es notable el contraste entre bonanza y atraso: el precio del cultivo por las nubes y caminos que se parecen demasiado a los del siglo XIX.
Villa Domínguez
Las distancias son cortas pero es necesario conducir con cuidado. El ripio es traicionero. Pasamos por otro cementerio judío (Colonia Carmel) y cruzamos el pueblo que lleva el nombre del ingeniero Miguel Sajaroff, en el que destaca la sinagoga. Unos kilómetros más y llegamos a destino. A diferencia de muchos pueblos del interior, en Villa Domínguez la iglesia católica está en las afueras y la sinagoga, frente a la plaza principal, junto al Hospital Noé Yarcho (el llamado médico de los pobres, pionero del cooperativismo). El pueblo está estrenando su primera calle asfaltada, la avenida San Martín, sobre la que se encuentra el galpón de los inmigrantes y el museo.
La vieja farmacia de la aldea convertida en Museo y Archivo Histórico cuenta la historia de todas las colonias judías del país. Osvaldo Quiroga, quien lo dirige en solitario, nos cuenta que un día se estacionó un auto y bajó un hombre con una señora mayor. Era un argentino residente en Estados Unidos, Gabriel Butensky, acompañado de su madre, quien se encontró en el museo con las fotos de sus abuelos colgadas en la pared. Ese hecho llevó a Butensky a convertirse en mecenas del museo.
Quiroga es el hacedor de este reservorio de memoria: hace veintitrés años que junta material sobre las colonias. Si alguien pregunta por los orígines de su apellido, le dedica tiempo a hurgar en los registros hasta encontrar a los colonos. «Cuando alguien distingido se aparecía en el pueblo -nos relata Osvaldo-, todos pensaban que era Hirsch. Esa fantasía los acompañó siempre, hasta la muerte del barón, que nunca vino.»
Domínguez fue zona fértil para las ideas socialistas y cuna del cooperativismo, que se desarrollaron para combatir los manejos de las empresas cerealeras y a los contratos leoninos. Los intelectuales en Villa Domínguez dejaron huella, como César Tiempo, Samuel Eichelbaum o Alberto Gerchunoff. Las tres hermanas Cherkoff se casaron con notorios derigentes del socialismo (Justo, Dickman y Repetto). Al salir, pasamos por la pequeña casa en la que vivió sus últimos años el máximo impulsor del cooperativismo en la zona, el ingeniero Miguel Sajaroff.
Basavilbaso
Luego de hacer noche in Villaguay, el accidentado camino nos propone una imagen de otro tiempo, salvo por alguna pick-up que se cruza en el camino. De paso hacia Basavilbaso encontramos a la Colonia San Gregorio, con su sinagoga y el cementerio donde yacen los restos de Sajaroff.
El tren llegó en 1887 y las primeras familias judías en 1894. El pueblo tiene una particularidad: no cuenta con una plaza principal alrededor de la cual se organiza la vida comunitaria; el centro es la estación del ferrocarril y los edificios públicos se encuentran desperdigados. «Baso», como le dicen sus habitantes, fue un centro crucial en materia ferroviaria, por donde pasaban vías de norte a sur y de este a oeste (del Uruguay al Paraná). Hoy cuenta con unos diez mil habitantes y «vive de la soja», según explican los lugareños.
Este lugar fue epicentro de la Colonia Lucienville, bautizada así como homenaje al hijo de Hirsch, Lucien. Aquí se fundó la primera cooperativa agrícola del país, en 1900. En la ciudad hay dos sinagogas importantes, una de ellas fundada por artesanos y trabajadores con la idea de diferenciarse de los que iban al templo original.
Nos reciben en la Asociación Israelita con knishes y guefilte fish, y comprobamos que en estos pagos se veneran mucho más que en Domínguez la historia del Estado de Israel y el sionismo. En sus paredes conviven retratos de Urquiza y Sarmiento con imágenes de líderes israelíes. Nora Fistein es profesora de historia y directora de una escuela secundaria: sus comentarios nos permiten interpretar los matices entre las colonias.
Domínguez tenía la impronta de los judíos intelectuales que adhirieron a las ideas socialistas; Basavilbaso aparece más conservadora. «En Domínguez se leía mas el Zaitung; en cambio, en Baso predominaba el Di Presse», explica Nora, haciendo referencia a dos peródicos escritos en idish de distinta orientación ideológica que se editaban en Buenos Aires y de los que se imprimían boletines en las colonias. En la actualidad existen unas cien familas judías en la ciudad y, en general, los jóvenes emigran una vez que terminan el secundario.
Lucienville tenía cuarenta mil hectáreas de campo y cuatro aldeas, todas con similar conformación: una calle principal, y sobre ella las casas de los colonos, la escuela, la sinagoga y más allá el cementerio. Una de ellas, Novibuco 1, se conserva casi con su configuración original. Se trata realmente de un sitio imperdible: puede visitarse la única sinagoga rural que queda en pie -contruida en 1895, con un sector separado para las mujeres-, la escuela, el cementerio y una casa de la época de los colonos que perteneció a las familas Efron y Borodovsky. En ese lugar vivió de niña Paloma Efron, más conocida como Blackie, la animadora y productora de televisión, oriunda de Basavilbaso y cuyo padre fue el director de la escuela de la colonia.
«Mi lema es solo de rodillas ante la inteligencia.» Son palabras de Blackie, que se leen en un cartel colocado en la entrada de la modesta construcción. Se conservan la estructura original de la casa, sus muebles, libros escolares en idish, fotos de sus propietarios, documentos, vajilla y utensilios de cocina, incluso la mesa puesta. Salomón Borodovsky se ocupó de preservar este valioso patrimonio. A partir de los años cincuenta y especialmente luego de los sesenta la colonia languidece y Basavilbaso emerge sobre los restos de Lucienville. Más de 30 mil colonos vivían en estas aldeas entrerrianas hacia 1910. Sus huellas están ahí, a la mano de cualquier viajero curioso.
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