Judíos y violines
Esta es la historia de un romance entrañable entre un pueblo y un noble instrumento musical, el violín. En ese romance, y no por casualidad, la metáfora del judío como violinista sobre un tejado es casi perfecta.
"Yo soy judío, pero de mi hermano no sé", ironizó Hugo acerca del célebre violinista prodigio Fritz Kreisler, quien ocultaba su judeidad debido a la judeofobia de su esposa Harriet. Cuando ésta insistió en que "Fritz no tiene en sus venas ni una gota de sangre judía", Leopold Godowsky repuso: "Debe de estar muy anémico".
En efecto, a fin de eludir la animadversión del medio durante la primera mitad del siglo XX, muchos músicos judeoalemanes desdibujaron su origen.
Pero la huida distaba de ser perfecta, porque en alguna medida a los violinistas los delataba la profesión.
La desproporcionada presencia de israelitas entre los violinistas más sobresalientes es ineludible: Alfred Brodsky (a quien Tchaikovsky le dedicó su Concierto para Violín), Jascha Heifetz, Joseph Joachim, Yehudi Menuhin, Nathan Milstein, David Oistrakh, Itzhak Perlman, Isaac Stern, Joseph Szigeti, Bronislaw Huberman, Leonid Kogan, Arnold Steinhardt, Paul
Zukofsky. la lista es interminable.
Una de las explicaciones de esa desproporción surge de un análisis de Josef Jacobs en un libro publicado en Londres en 1886: La distribución comparativa de la habilidad judía. Jacobs enumera cuatro preeminencias de los judíos: dos debidas a un impulso interno de su propia cultura (la música y la metafísica) y dos resultantes de actividades impuestas por el
medio circundante (la filología y las finanzas).
En lo que se refiere a la proclividad musical, su causa sería "el carácter hogareño de la religión judía, que necesariamente hace que la música forme parte de sus hogares". Un buen manual sobre esta tendencia y sobre cómo ha contribuido a la cultura occidental fue traducido al castellano: La música de Israel de Peter Gradenwitz (1948).
Del violín resultan los máximos logros de la música instrumental; es el supremo de la música de cámara y el que tiende a tocar más notas en las orquestas. Por ello, no fue casual que adquiriera en la vivencia judía un rol tan central.
Cuando hace casi medio siglo se adaptó la obra de Scholem Aleijem Tevie y sus hijas, dio lugar a uno de los éxitos más inolvidables de Broadway: El violinista sobre el tejado de Joseph Stein, con música de Jerry Bock. La imagen de un violinista como representativo del destino hebreo es casi perfecta. El judío en el remolino de la historia se encarna en un violinista que se esfuerza en destilar armonía a pesar de su precaria ubicación en un tejado que le exige habilidad para el equilibrio e inveterado optimismo.
Es una imagen apropiada también porque en las bandas klezmer de arte judío, el violinista constituía junto al clarinetista la parte más visible. En la mentada obra, el violinista personifica asimismo los deseos íntimos de Tevie y su fidelidad a la tradición de Israel.
La pieza fue estrenada en 1965, y un lustro después llevó a Topol a la celebridad en la película homónima. Fue la primera de las comedias musicales famosas que abordó una temática seria como la de la persecución y pobreza: las penurias de los hebreos en el shtetl (aldea judía) de Anatevka en la Rusia zarista de 1905; y las dificultades de Tevie, su esposa Golde y sus cinco hijas para mantener la tradición en un mundo velozmente cambiante.
En esa época, en muchas aldeas judías de la "Zona de Residencia" (fuera de la cual los judíos tenían prohibido radicarse) se establecieron escuelas de música en las que los niños aprendían violín desde temprana edad, y en las que se producían para ese instrumento composiciones judaicas originales. En 1980 el musicólogo Vitally Zemtsofsky localizó a uno de aquellos
violinistas "graduado" de los conservatorios del shtetl. El gran pedagogo de esa música fue Leopold Auer, quien abrió camino a los principales violinistas del siglo XX.
En Israel, La nómina de violinistas de renombre internacional ha sido ampliada por varios israelíes como Gil Shaham y Shlomo Mintz. Cuando hace unos meses se celebró en Israel el septuagésimo cumpleaños de Zubin Mehta, al que asistieron además de las autoridades nacionales celebridades como Sofía Loren, no sorprendió que los medios de prensa soslayaran los festejos que acompañaran al maestro en Israel y sólo mencionaran los que tuvieron lugar
en Europa (con frecuencia los medios excluyen del currículum de Mehta el dato elemental de que es director la Orquesta Filarmónica de Israel).
Debido a su presencia en Jerusalem para los festejos, fui uno de los afortunados que asistió a un concierto suyo en el marco del ciclo Intermezzo, que tuvo lugar en el teatro mayor de la capital. El 7 de marzo pasado la OFI interpretó la obertura de Leonora de Beethoven, y luego el concierto de Elgar para violín, con Pinchas Zukerman como solista. Como bien señalara el introductor Arie Vardi, era imposible pedir mayor calidad.
El año pasado, con motivo de que Itzjak Perlman cumpliera sesenta años, se editaron en Israel sus interpretaciones más famosas de klezmer, música jasídica y litúrgica, bajo el elocuente título de Un violín judío.
No sólo las celebraciones israelíes son protagonizadas por violinistas judíos. El 18 de julio de 2005 fui invitado por Etel y Egon Friedler a los festejos en el teatro Solís de Montevideo, del 175to aniversario de la constitución del Uruguay. Se trataba de un concierto de gala al que asistieron el presidente de la Nación y sus ministros. El protagonista fue el violinista Amiram Ganz, hijo de jazán, que interpretó dos obras uruguayas (la Toccata de Héctor Tosar y La isla de los ceibos de Eduardo Fabini) y dos universales (el Concierto Fúnebre de Karl Hartmann y el Concierto para violín de Beethoven).
También la célebre película de Steven Spielberg La lista de Schindler puso al violín en un rol central y simbólico, y la representativa música de John Williams fue maravillosamente interpretada por Itzhak Perlman.
Israel está a la vanguardia en educación musical, alentada desde numerosos conservatorios y escuelas, y consecuentemente el violín constituye aquí un instrumento primordial. Los jóvenes secundarios israelíes pueden optar por el violín para concretar sus exámenes finales ("bagrut"), y la gran exigencia en la preparación (a quien escribe estas líneas le ha tocado vivirlo como padre de Jonatan, dedicado al violín) incluye notables piezas de artistas israelíes. En suma, contribuye a mantener al Estado judío devoto de un instrumento en el que la tradición de Israel halló un asiduo referente.