Por Jack Fuchs *
1940-2005. Se cumplen 65 años del terrible momento en que el Ghetto de Lodz fue “cerrado”, blindado y aislado del resto del mundo, convirtiéndose en un verdadero campo de concentración, sin llamarse explícitamente de esa manera. En ese entonces yo tenía 15 años; hoy tengo 81 pero todo permanece vivo en mi memoria.
Entre 1940 y 1944, la Alemania nazi usó centenares de métodos para matar a la población del Ghetto de Lodz. En un principio, impidiendo la entrada de medicamentos para aquellos que los necesitaban y reduciendo la alimentación al mínimo. Muchos murieron. Pero no eran suficientes en el cálculo de los nazis, entonces comenzaron con las deportaciones que en realidad no lo eran. Se trataba de “traslados”. La gente era informada de que iba a ser trasladada a otro lugar y para ello debían tomar sus pertenencias consigo. No fueron deportaciones; el destino era la muerte. En 1943, comenzaron las así llamadas por los nazis “selecciones”. Casa por casa, los niños y los ancianos eran “deportados” hacia la muerte. Las separaciones de los hijos de sus madres fueron desgarradoras y los gritos aún permanecen en mi memoria. Aunque no se decía nada sobre el terrible destino final de aquellos niños, todos parecían entender lo que les esperaba.
Y el mundo ignoraba lo que sucedía.
En la ciudad de Lodz, situada en Polonia occidental, después de la ocupación alemana, se creó en abril de 1940 un primer ghetto de relativa extensión. En junio de 1940, las condiciones reinantes en el ghetto eran infrahumanas debido al hacinamiento. En octubre de 1941, 20.000 judíos de Alemania, Austria y el Protectorado de Bohemia y Moravia fueron deportados al Ghetto de Lodz. Se instaló una sección especial para unos 5000 roma –gitanos– y sinti austríacos. Durante 1942 y luego nuevamente en junio y julio de 1944, se produjeron deportaciones masivas desde Lodz al centro de exterminio ubicado en Chelmno. En agosto y septiembre de 1944, el ghetto fue disuelto y los 60.000 judíos que aún albergaba fueron enviados a Auschwitz.
Y el mundo decidió ignorar lo que sucedía.
El dolor que me provoca la indiferencia se reafirma año tras año. Casi nadie recuerda, ni conmemora. Cuando digo esto no pretendo condenar a toda la humanidad por su indiferencia. Basta sólo con calcular los miles de matanzas que ocurrieron durante todo el siglo pasado, para entender que es imposible conmemorar en una fecha a cada una, aun si se quisiera. Los días del calendario no alcanzan.
El siglo XX tuvo 200 millones de muertos en las innumerables guerras que se sucedieron. No cabe duda, sin embargo, que algunos muertos son más recordados que otros.
En agosto de 1944, con la liquidación final del Ghetto de Lodz, se cerró una vida muy próspera como la vivida por los 250.000 judíos que habitaban Lodz; ciudad tan dinámica y variada en su movilidad social, en sus gustos, en sus pertenencias, donde convivían los jasídicos con los sionistas, los ortodoxos con los socialistas, los ateos con los reformistas.
Todavía quedamos algunos sobrevivientes que recordamos este mes de agosto. Me invade la tremenda tristeza de pensar que, en pocos años, con nuestra desaparición no habrá nadie que incline, silenciosamente, su cabeza pensando en el mundo que fue. Siento que, hasta para los muertos, hay discriminación. Y, con dolor, me resigno a saber que nada puede ser diferente.
* Pedagogo y escritor, sobreviviente del Ghetto de Lodz y del campo de concentración de Auschwitz.