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Artículos : Oriente Medio La espada de Mahmud Ahmadinejad. |
Según me dice mi amigo Isidoro Winicki, está escrito en el Talmud que, cuando los jueces no hacen justicia, llegan los tiempos de la espada. Es entonces –añado yo- cuando desenfundar la palabra se convierte en un riesgo y, a la vez, en una exigencia. No conozco ninguna reflexión paralela del Corán, pero estoy segura que debe existir alguna que signifique lo mismo: el imperio de la fuerza y de la violencia, cuando fallan los mecanismos que permiten una convivencia justa. Continuaría por los caminos tortuosos pero plácidos de la metafísica, pero la realidad es como un ancla que nos arraiga en la dura prosa, por mucho que tengamos una alma poética. Sin embargo, no he podido evitar el recuerdo de la cita talmúdica mientras devoro decenas de artículos y de informaciones sobre Irán, especialmente después del éxito electoral de Mahmud Ahmadinejad. El tiempo de la espada parece acomodarse, plácidamente, en los grandes países bíblicos, cuya media luna ya no es el referente de la paz, sino el símbolo de la guerra.
Irán es un gran país, no solo por su densa historia, sino por su dinámica masa social, sus diversas lenguas y religiones –entre ellas la hermosa religión bahai, cuyos jardines en todo el mundo, entre ellos el impresionante jardín de Haifa, son una auténtica maravilla de armonía y belleza- sus estudiantes protagonistas de tantas luchas, las mujeres persas poseedoras de una brillante historia propia. Por supuesto, estratégicamente es uno de los países más importantes de la zona y política y económicamente es un Estado clave. Precisamente por ello, la indeferencia con que hemos acogido, españoles y europeos, las siniestras noticias que nos llegan de Irán, nos da la medida de nuestra patética irresponsabilidad. Somos cada vez más un país (y un continente) absurdo, movido por mareas de opinión tan políticamente correctas como generalmente desinformadas, donde las neuras de una vieja izquierda que no ha sabido sustituir el póster del Che Guevara por alguna ilustración del Candido de Voltaire, hacen mover a la masa como si fuera manteca. Si soy sincera, tendré que expresar un serio pesimismo hegeliano respeto a la inteligencia moral de nuestra intelectualidad. Creo que, mayoritariamente, tenemos unos líderes de opinión que usan el concepto de solidaridad solo como látigo contra el gran Satán norteameriano o israelí, pero que en realidad hace tiempo que traicionan los principios mínimos de solidaridad. Pongo el último ejemplo, la Operación Murambatsvina (generalmente traducida como “sacar la basura”) que está llevando a término el gobierno de Zimbabwe y que significa la destrucción de miles de casas y la ruina para más de un millón de personas. Solo en una noche se han destruido las casas, propiedades y herramientas laborales de 10.000 ciudadanos al norte de Harare. La operación limpieza se está llevando a cabo, como siempre, gracias a la más absoluta indiferencia internacional, y gracias al silencio de los grandes justicieros que dominan los micrófonos. Si hubiera sido una casa destruida en Gaza…, pero a quien le importan miles arrasadas en Zimbabwe. Solo nos importará si un día de estos Doña Condolezza se deja caer por allí. En fin. Y si habláramos de Darfur, la peor tragedia de refugiados de siglo XXI, pero Darfur tampoco sale en el mapa de la solidaridad selectiva.
En este contexto de opinión mediatizada, obsesivamente antinorteamericana y, desde mi perspectiva, profundamente insolidaria, las noticias de Irán y su carrera nuclear no preocupan nada de nada. De hecho, Irán solo preocupaba cuando se llamaba Persia y la gobernaba un pro-occidental. Aún recuerdo a algunos intelectuales laureados que hacían excursiones a París para poder saludar al gran libertador de los persas, un tal Khomeini. Después, la profunda oscuridad de un régimen totalitario, violentamente sexista, promotor de todo tipo de actividades terroristas (desde el atentado de Amia, hasta la financiación de Hamás, pasando por el apoyo logístico y económico al degollador de personas Al-Zarqawi) e instigador de una mirada fanática de la religión, no ha preocupado a nadie. Al fin y al cabo, que fuera enemigo de americanos e israelíes ya motivaba las simpatías del personal más profusamente imbécil. Así se ha ido creando un monstruo que tiene ahora un nuevo presidente y que, viniendo de la oscuridad, cabalga hacia las tinieblas más tétricas con la alegría de un héroe griego, y con la maldad de los jinetes del Apocalipsis.
Breve es el espacio para hablar de Rafsandjani, pero está claro que su importante riqueza (es la fortuna número 46 del mundo), su cómoda biografía, primero como empresario del shá y después como funcionario de la Revolución Jomeinista, y su conocida y generalizada corrupción, lo convertían en el candidato menos atractivo de los dos con más posibilidades. Al otro lado, Ahmadinejad era el hombre pobre (aún vive en una casa modesta), coherente, luchador en la guerra contra los kurdos y contra Iraq, revolucionario de primera fila y, por tanto, un hombre de probada honestidad, candidato perfecto para el populismo y la demagogia. Y así ha sido: las masas rurales, los sectores más desprotegidos y las décadas de fanatización integrista han llevado al gobierno al sector más duro de un país donde ya gobernaba la intransigencia. Ahmadinejad es puro, militante y está convencido. Es decir, es un fanático coherente, lo cual le convierte en letal. Por ejemplo, respecto a las mujeres está honestamente convencido que son almas inferiores, y sin duda, las acusaciones de cinco ex rehenes estadounidenses que afirman que Ahmadinejad fue uno de sus captores, deben ser absolutamente ciertas. Ello, que convierte a Ahmadinejad en un delincuente a ojos de la ley, aún le reporta más aureola épica a ojos del fanatismo. Lo de la espada cuando falla la justicia… Esta es la pureza que ha llegado a la presidencia de Irán, y las primeras noticias corren paralelas al pánico de los más lúcidos. Obviamente ya ha mostrado su desprecio hacia Estados Unidos y ha recordado al mundo, por si había dudas, que piensa acelerar la carrera nuclear. Su ideología la podría resumir el hodjatoleslam Golam Hasani, que hablaba así en una mezquita, en plena campaña electoral: “La libertad, la democracia y las estupideces de este tipo son conceptos contrarios al Islam. El Islam siempre ha hablado con la espada en la mano, y nada nos puede hacer cambiar nuestra naturaleza”. A pesar de que Hasani hacía campaña para Rafsandjani, resume a la perfección la filosofía que la Nomenclatura de clérigos que domina Irán, ha impuesto como cultura, ley y paradigma social. En los protocolos fundacionales del grupo terrorista Hamás, se recuerda que la libertad “es un invento de los judíos”, de manera que todo cuadra, de orilla a orilla del integrismo islámico… En este contexto, los iraníes no han escogido a un duro respecto a un blando, sino a un coherente respecto a un camaleón. Antes teníamos a un empresario aprovechado pasado por la revolución integrista, ahora tenemos a un fanático islámico obsesionado por tener armamento nuclear, convencido de las bondades de la espada justiciera, con un odio tan profundo a Israel y a Occidente que probablemente debe soñar con su destrucción, más de una noche, y avalado por su honestidad económica y su coherencia ideológica. La perspectiva no puede ser más siniestra.
Y sin embargo, Irán no está en la agenda periodística europea, ni en la preocupación intelectual, ni en la pancarta combativa de los gurús comprometidos. Como si Irán no fuera con nosotros. Como si su espada alzada sobre nuestras cabezas no fuera un riesgo, sino una peculiaridad antropológica. El tiempo de la espada…., y sin embargo algunos, que vociferan por todos los micrófonos del mundo, aún no han sido capaces de desenfundar la palabra. La sabiduría del Talmud da miedo…
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