Ponencia Academia Antioqueña de Historia.
LOS SEFARDIES.
(Pequeña historia de un minoría).
Por José Guillermo Anjel R.
“Los sefardíes estamos desapareciendo, pero mientras desaparecemos persistimos en no hacerlo. O sea que, en el proceso de la desaparición, existimos. Esto que parece una contradicción no lo es: es el tzintzum de la cabalá, la contracción necesaria para que después haya una expansión”.
Conversation. André Chouraqui.
Introducción
Entre los grupos étnicos que conforman el judaísmo de la diáspora, el más viejo de todos es el sefardí. Somos más viejos que los askenazim, que los judíos árabes y quizás que los etíopes. Como todos los judíos, descendemos de Abraham y de las tribus de Judá y Benjamín, pero en el mundo nos conocen como los descendientes de los judíos españoles que, luego de vivir casi 20 siglos en España, fueron expulsados de allí. Las razones de la expulsión fueron muchas. La principal de todas, la intolerancia.
Dentro del pueblo judío, los sefardíes somos una minoría. Grupos como los askenazim (judíos de Europa Oriental) y los Mizrahim (judíos de origen árabe), están conformados por colectivos grandes donde nosotros, con relación a ellos, somos, respectivamente, una quinceava o cuarta parte. En cuanto a los judíos etíopes, ellos crecen mientras nosotros disminuimos. O sea que, al hablar de los sefardíes, estamos hablando de una minoría en el real término de la palabra; de hecho somos menos que los gitanos y los esquimales, y ni siquiera somos el diez por ciento de los descendientes directos de los indígenas americanos. Así que somos un pequeño grupo pero, para nuestro caso, con una característica fundamental: poseemos una carga cultural que supera a la de cualquier grupo humano minoritario. Y esto es lo que me propongo demostrar.
Los sefardíes
El término sefardí viene de Sefarad, España en hebreo, palabra que se menciona en el libro de Jonás para indicar el país del medio día, allí donde el sol se oculta y se acaba el mundo. De acuerdo con la guematría de la cabalá, Sefarad equivale a la letra guímel y sefardí a la letra dálet. Esto es importante, porque con guímel se escribe galgal (rueda) y con dálet, délet (puerta), o sea que entre Sefarad y sefardi se configura una puerta rodante, quizás una de esas Jayot de las que habla Maimónides y que en términos metafóricos, estaría representando un pueblo que se expande o avanza. O al menos que se mantiene en movimiento.
De acuerdo con don Amador de los Ríos y con historiadores judíos como Salo Barón y André Chouraqui, existen sefardíes (o sea judíos españoles) desde los tiempos de Salomón, cuando los fenicios hacían la ruta del Mediterráneo (en navegación de cabotaje) llegando hasta ciudades como Cadiz y algunas del Finisterre. En esta ruta de comercio, España era un sitio apreciado por el clima, la calidad de la tierra y la fácil convivencia con los descendientes de los celtas y los iberos, lo que atraía a los judíos, en especial a los que habitaban Judea, que era tierra de guerras (asediada permanentemente por los persas y los griegos) y de tráfico de esclavos.
Estos judíos que llegan a España en el siglo V antes de esta era, son judíos urbanos, con criterio comercial y científico (en lo que respecta a la construcción de ciudades y servicios de abastecimiento) y saben de la importancia de los ríos como vía de comunicación. Traen consigo parte de la cultura persa y babilónica, fenicia y jebusea, lo que implica que ya no son una tribu nómada sino un grupo que busca donde asentarse para desarrollar su cultura. De esta manera fundan ciudades, aunque los historiadores españoles lo nieguen, como Toledo (de Toledot, generaciones) y Granada, conocida hasta el siglo X como Garnata Al Yahud (la Granada de los judíos), Y colaboran con el desarrollo de Córdoba (Kartuba) y buena parte de los pueblos de Extremadura: Cáceres, Trujillo, Badajoz etcétera..
Durante ocho siglos, del V antes de esta era hasta el tercero de la era común, los judíos conviven muy bien con la gente de la península ibérica, al punto de que muchos de ellos se mestizan con godos y visigodos y convivan en una especie de religión común para judíos y cristianos. Esto implica que en el siglo IV, en el concilio de Elvira, aparezcan las primera leyes antijudías que buscan romper esta convivencia para que las creencias católicas no se conviertan en un sincretismo. De esta manera comienza una segregación social pero no una exclusión total debido a que las relaciones de comercio no se rompen porque son necesarias y, a la vez, fomentan la creación de oficios y generan pago de impuestos. Y de esta convivencia con condiciones, nace el verdadero sefardí: aquel que se considera de Sefarad porque tiene sus raíces allí, representadas por las ciudades que ha construido, las comunidades económicas y culturales y por la lengua común que hablan. En las raíces de la formación de España el sefardí está presente, ya como antípoda, ya como factor de desarrollo esencial.
Llegan los moros
En el 710 de esta era, los moros, al mando de Tariq, ingresan en la península. Y la llegada de estos bereberes, en su mayoría hombres del Atlas convertidos al Islam, libera a los judíos de la situación de segundones que acreditan. Diríamos que es el Islam el que enciende la chispa del crecimiento sefardí, desarrollándolo hasta su máxima cumbre en el siglo X, cuando el califato de Abderramán III. Durante ese siglo y el XI, los sefardíes desarrollan literatura y filosofía, escuelas de traducción y grandes centros de comercio y oficios. Bajo los califas omeyas, que convivieron sin problemas con los sefardíes y que incluso los hicieron sus consejeros políticos administradores de sus haciendas y médicos investigadores, se crea una gran clase media judeo-española que activa la economía y la ciencia y, como resultante, produce un gran florecimiento cultural nacido de una vida cómoda y de mucho intercambio en el espacio público en el que lo básico está resuelto y ya pueden dedicarse a cosas menos triviales como la supervivencia o el comercio. De esta época son hombres como Shlomó ibn Gabirol, gran poeta y filósofo (conocido en Occidente como Avicebrón) que hizo de la lengua árabe un río de miel que fluye. También aparece Yehuda HaLevi, a quien le debemos, además del texto del HaCuzari, el primer verso escrito en castellano. También están muy activas las escuelas de traducción de Toledo y Córdoba, donde se destaca la familia Tibbón, que traducía del siríaco al árabe, al hebreo y al latín. Y que crean la primera gramática hebrea.
En el siglo XII, con la llegada de los almohades, islámicos intolerantes y fundamentalistas, las juderías sefardíes se ven obligadas a contraerse y buscar sitios más seguros al Norte y al Este. De esta época es Moshé ben Maimón (Maimónides), la más grande gloria del judaísmo, famoso por sus escritos (Moré Nebujim –La guía de perplejos- y La mischné Torá –La repetición de la Torá-), así como por sus tratados médicos y su correspondencia con los sabios de su tiempo. Hay un dicho judío que dice que después de Moshé, sólo otro Moshé, Moshé ben Maimón. A Mamónides le debemos, ya en forma, el término sefardí, pues se firmaba como Moisés el español (Moshe Ha sefardí), determinando con esto cuál era su origen y el fundamento de su formación, no sólo como filósofo y médico sino como joyero.
También, por esta época, donde lograron convivir muy bien en la corte de Alfonso X, el sabio (el rey de las tres religiones y buen poeta y jugador de ajedrez)f, los sefardíes comienzan a elaborar sus romances y, en el caso de conversión obligada, a ejercer el marranismo, esta condición de doble religión (una casera y otra social) que no era ajena a la vida judía pues la han ejercido desde el cautiverio de Babilona (leer el libro de Ester). El mismo Maimónides escribe una carta a los apóstatas pidiéndoles que resistan hasta que se presente una posibilidad de rejudeización. Vale la pena anotar que tato en el mundo católico como en el islámico, cuando se presentaban los fundamentalismos, los más afectados eran los judíos, quienes eran obligados a convertirse o, de lo contrario, a emigrar o a pagar con su vida su posición religiosa. Es conveniente anotar que los perseguidores, además de ejercer su celo religioso, buscaban también llenar sus arcas o dejar de pagar las deudas contraídas con lo que confiscaban a los judíos.
En el siglo XIII, aparece en España un libro que habrá de evolucionar el mundo judío: el séfer Ha Zohar, el libro más importante de la cabalá. Escrito por el rabino Moshé de León, se propone aquí una visión neoplatónica del mundo (donde se plantean de nuevo las ideas perfectas), en oposición al modelo aristotélico que utilizaba Maimónides, en el que la fe estaba regida por la razón o al menos convivía con ella en armonía. Por esos días las persecuciones abundan, las juderías se queman y los judíos sefardíes se refugian en las taifas tolerantes del Sur. Los que se quedan en el Norte y el centro, sobreviven ejerciendo el marranismo o se han convertido del todo y, para congraciarse con los convertidores, denuncian, persiguen y desacreditan a los suyos haciendo correr historias o legitimando leyendas, entre ellas las del judío usurero y escupidor de ostias, las del que usa el Talmud para sacar de él pócimas mágicas y esas que hablaban de convertir el plomo en oro. Los conversos son peligrosos porque, al renegar de su historia y cultura, inventan para congraciarse con la nueva comunidad en la que ingresan. Es cuestión de auto-odio, de baja de estima y de locura. Y como han perdido o se niegan esto que los acreditaba y les daba identidad (su inconsciente colectivo social), se vuelven fundamentalistas dentro del credo que adoptan.
A partir del siglo XIII y con las matanzas de Sevilla y Zaragoza en el siglo XIV, comienza la tragedia del sefardismo y lo alcanzado en veinte siglos que se convierte en caos y emigración desordenada a partir de marzo de 1492, cuando los reyes católicos firman el edicto de Expulsión presionados por un nieto de conversos: Tomás de Torquemada que, como su nombre lo indica, ya acreditaba sambenitos y hogueras en el árbol familiar. En este punto es conveniente aclarar algunas cosas. El rey Fernando de Aragón, además de tener un judío a su servicio, Abraham Santángel (de suyo marrano), es nieto de la judía doña María Henriques. Cristóbal Colón, también marrano, hace un primer viaje hacia las Indias al mando de tres naves donde abundan los conversos y no hay ningún cura ni fraile a bordo. Los hermanos Pinzón, también son descendientes de marranos y el duque de Medina Sidonia, quién realmente patrocina el viaje, esconde judíos en sus territorios. Y lo hace porque en su sangre hay mucho de sefardí, cosa que no es de extrañar si tenemos en cuenta que los judíos, hasta el momento de su nefasta expulsión estuvieron dos mil años en España, lo que les permitió ingresar en todas las escalas sociales, en el mundo militar y cultural, en el de la navegación (era expertos en confeccionar cartas de marear) y en especial en los oficios básicos para el desarrollo de cualquier economía. Como dice Américo Castro y reafirma Julio Caro Baroja, España es el único país que expulsa a su clase media. Y una metáfora del resultado de esta expulsión es Don Quijote de la Mancha, que muestra lo que queda de España: un noble empobrecido y loco que se hace acompañar de un campesino analfabeto. Esta historia la escribe un descendiente de sefardíes ll! amado Mi guel de Cervantes Saavedra, al que se la ha querido cambiar el pasado pero la evidencia no deja Basta leer el texto de Margueritte Aubier, Don Quijote cabalista, para ingresar en el interior sefardí del más grande novelista de lengua castellana..
Luego de la salida de los judíos de España, donde además de lo poco que cargan llevan el idioma (Fernando de Rojas escribe La celestina y Nebrija la primera gramática española), las rutas que siguen son diversas: unos van al Norte de ֱfrica, otros a Portugal, los más Turquía y a Grecia..Pero no van como expulsados sino como exilados, con el Ladino (el español callejero) en la boca y, en una bolsa, la llave de la casa que tuvieron que abandonar. Todos creen que vendrán buenos tiempos y podrán regresar. Por esto es importante que no se olvide el idioma y al él traducen los libros sagrados (Ladino quiere decir traducido) y lo siguen manejando en la vida cotidiana y en los oficios sinagogales. España va con ellos porque ellos son de España. Y allí quedan, para demostrarlo, los cristianos nuevos y sus hijos, unos que vendrán de contrabando a América y otros que asumirán la mística como forma sicoanalítica de auto reconocimiento: Fray Luis de Léon, Juan de la Cruz, Teresa de ֱvila, El Greco etcétera, que asumen la palabra y el sentimiento como forma de liberación y de defensa contra la neurosis y paranoia de la pureza de la sangre. También quedan lo chuetas mallorquines, que ejercieron el marranismo hasta 1965, época en que muchos de ellos se rejudaizan. En síntesis, la historia del sefardismo tiene una impronta muy importante en la historia de España, la creación de la lengua castellana y la participación española en el mundo. Decía Juan Goytisolo que España, sin sus judíos y sus moros, no es más que un campo abierto sin nada importante sembrado.
La diáspora sefardí
En Portugal, en 1498, los judíos son obligados a bautizarse y nunca un país tuvo tantos marranos, pero allí basta con ir a la iglesia sin importar lo que se haga en casa. Los reyes portugueses no están para hacer caso de la sicosis española, donde todos buscan ser cristianos viejos. Y con su permiso, son muchos los conversos que se vienen al Brasil, donde se funda la primera sinagoga sefardí en América. La seguirán la de Curazao (hoy monumento nacional) y la de New York, que en este momento es la más vieja en estado activo. Alrededor de estas sinagogas, que son el centro de las juderías, crece el comercio de ultramar, se fortalecen las imprentas y se multiplican las industrias. Cosa que no es extraña debido a la condición de clase media de los sefardíes.
Pero no sólo hay sefardíes organizados en Portugal y Brasil, Turquia y Grecia. También los hay en Marruecos, Tunez, Argelia, Egipto, Bulgaria, Los Balcanes, Holanda e Inglaterra. Y en todas esas partes se habla ladino (españolit, judezmo) y se conservan las costumbres españolas en lo relacionado a vestuario, vivienda y alimentos permitidos por la Toráh. En Holanda, país que acoge a los perseguidos de Europa y con ellos crea una verdadera edad de Oro del comercio y la ciencia, se destacan Juan del Prado, Uriel D’Acosta, Baruj Spinoza y Menashé ben Israel quien, según doña Soledad Acosta de Samper, fue el que pagó el viaje de Montesinos para que viniera, en el siglo XVII, a territorio Antioqueño a certificar la presencia de sefardíes. Y que los encuentra, dice, y defiende esta versión, la de haber estado en contacto con ellos e incluso haberlos visto celebrar un Shabat, hasta el momento de su muerte.
En Inglaterra, el imperio se organiza bajo el gobierno de la Reina Victoria que tiene como primer ministro de Bejamín Disraelí, sefardí que se convierte al anglicanismo para poder ejercer su cargo político. En Grecia, en ciudades como Salónica, la lengua común es el ladino, tanto que para poder gobernar en ella los mandatarios, fueran griegos o turcos, debían saberlo hablar. Pasa lo mismo en el comercio de la Isla de Rodas (de donde vienen los ֱngel) y en los zocos de Istanbul, donde Antonio José Restrepo (ׁito) se siente como en su casa. En Sarajevo, los rabinos y sabios sefardíes construyen una nueva Jerusalén en términos intelectuales, produciendo libros, fundando imprentas y construyendo centros religiosos. En Hungría y Bulgaria, desarrollan el comercio y mantienen viva la música en unión con los gitanos. Un búlgaro sefardí famoso es Elias Canetti, premio nobel de literatura quien, como Heine, pulió y le dio lustre al idioma alemán. Y en las Antillas, los sefardíes organizaron el comercio de ultramar con Europa, especialmente en Jamaica y las posesiones holandesas. Un descendiente de judíos antillanos fue Jorge Isaac, el autor de María, quien narra muy bien la ruta de entrada a Colombia por el río Atrato, en el Chocó, ruta obligada (por lo conocida) para ingleses y judíos comerciantes provenientes de las posesiones inglesas en el Caribe.
Pero, después de 1946, el mundo sefardí prácticamente desaparece. El noventa por ciento de las comunidades búlgaras, húngaras, griegas y de los Balcanes, donde la cultura judeo-española se mantenía en todo su esplendor, son exterminadas en los campos de concentración nazis. En Marzo de este año, se colocó en Auschwitz una placa en ladino conmemorando el genocidio de 360 mil sefardíes, diciendo que allí estuvieron y allí fueron destruidos. Judíos sefardíes italianos como Primo Levi, Giorgio Basani y Alberto Moravia, dejan constancia de ello. También Imre Kertész, Enzo Traverso y Edgar Morin.
Sin embargo, a pesar de la destrucción, el mundo sefardí se recupera. O sea que vuelve a existir cuando comenzó a desaparecer. Y recuperando la memoria de Mendes France y León Hebreo, Baruj Spinoza, Don Sem Tov, el Rabino de Carrión, y los rostros agónicos de Modigliani, aparecen Simone de Beauvoir, Jacques Derridá, Albert Memmi, Robert Mishrahi, Pablo Chami, André Aciman, Elias Canetti, Edgar Morin y otros que, admitiendo su sefardismo, revitalizan el pasado y, a partir de allí, crean un presente donde yo soy el que soy y persisto en serlo. Creencia que tenía muy arraigada Baruj Spinoza y que traslada a su corpus filosófico.
Los sefardíes en Antioquia
La palabra Antioquia (Antiocha) es nombrada por primera vez por un descendiente de sefardíes, Pedro Cieza de León, quien en su Crónica del Perú da razón de la conquista de estas tierras y de la fundación de Santa Fe. De ahí en adelante, llegarán conversos entrados de contrabando por el Darién o por puerto Nare. En estos datos, muy bien fundamentados, abunda el libro de Daniel Mesa Bernal, Los judíos en Colombia. Y si bien los historiadores antioqueños han sido muy reacios a admitir que por estos lugares hayan llegado judíos en los últimos cuatrocientos cincuenta años, lo cierto es que llegaron, primero como hombres solos y luego en calidad de grupos familiares. De esto dan fe apellidos de conversos como Gómez, López, Escobar, Sierra, Mesa, Correa, Calle. Hernández, ֱvila, Pereira, Moreno, Pérez, Zapata, Medellín entre muchos otros, además de apellidos que ya hablan de que alguien de la familia pasó por la hoguera y el sambenito, como Santamaría, ֱngel, Escudero, Cadavid, Santa Cruz, Santos, Acosta, Arias, Osorio. Claro está que el hecho de que muchos sefardíes hayan venido a Antioquia no quiere decir que de ellos desciendan todos los antioqueños, como a veces se exagera. Es indiscutible que aquí llegaron castellanos con raíces vascas, andaluces y extremeñas, así como también alemanes e ingleses, franceses y portugueses, rusos (son rusos el apellido Sanín y el nombre Adelaida), turcos y griegos, de quienes desciende una buena cantidad de personas y de formas culturales que prevalecen en lo cotidiano. Y de igual manera llegaron sefardíes, siguiendo las rutas del comercio y la minería (basta ver a Moreno, el de la marquesa de Yolombó), en especial en el siglo XIX, de lo que da fe Jorge Isaacs cuando pide que al morir lo entierren en Medellín, entre los suyos. Y que quizás fueron los! que mot ivaron a doña Soledad Acosta de Samper a que escribiera su tesis sobre la presencia de judíos entre los antioqueños, lo cual tiene bastante asidero si se lee la historia en términos antropológicos y de mentalidades. Aquí es bueno anotar que para finales del siglo XIX, cuando muchos antioqueños hacen el camino centroamericano y del Caribe, llegando a Méjico y a buena cantidad de islas, la presencia de judíos en esta ruta es bastante amplia, no conformando comunidades religiosas sino comunidades de negocios, lo que propició su asimilación debido a la lejanía de centros sefardíes importantes.
La hipótesis de la sangre judía en Antioquia, que tanto dolor de cabeza le dio a Emilio Robledo y a don Luis López de Mesa, quienes de un plumazo y sin hacer ninguna investigación seria la dieron por nula y descabellada, hoy en día es evidente. Así lo demuestra el estudio genético realizado por la Universidad de Antioquia, donde en la sangre de las primeras familias aparece un 14% de genes sefardíes. Y como ya de alguna manera se lo había olido Fernando González cuando, en la revista Antioquia, se burla de unos conservadores que no lo son porque su condición natural se los impide. Condición de extranjeros no cristianos, obviamente, a los que en los clubes del comercio se les pone balota negra.
Ya en el siglo XX, debido a las guerras, las hambrunas y las persecuciones en Europa, llega nuevos grupos de judíos a Medellín, si bien casi todos ashkenazim, algunos de ellos son sefardíes, como los Farine y los Toledo, que llegan en calidad de grupo familiar y, al encontrar una comunidad religiosa organizada, se integran a ella y así no se asimilan ni pierden su legado cultural. Luego llegan otras familias y ya, después de tres generaciones, no se puede negar la presencia de judíos en Medellín y el departamento de Antioquia.
El antisefardismo
A pesar de que el pueblo antioqueño no es antisemita, de hecho es más pro-judío que cualquiera otro pueblo en Colombia, si hubo en el siglo XIX y en el XX quien trajera hasta aquí el antisemitismo. Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que la cultura más bien vistaen la ciudad era la francesa, donde abundan los escritores antijudíos. Así mismo, libros como Los protocolos de los sabios de Sión de Sergio Nilus y El judío internacional de Henry Ford (copias burdas de Diálogo en el infierno, el libro de Maurice Joly, como ya está demostrado), las tesis del nazismo naciente y las ideas de los nacionales españoles (éstos últimos atacaban todo lo judío y lo masón, confundiendo los términos), influenciaron a algunos intelectuales que, como tantos en el mundo, se crearon un fantasma del judío. Y si bien todas las acusaciones se desmoronaron porque había más leyenda que realidad, como pasó con la tesis de Hugo Wast en Argentina y las de los antisemitas Brasileros y mejicanos (Carlos Fuentes, por ejemplo) si quedó un cierto antisefardismo que todavía se ve en algunos autores ( y en otros del pasado, como Epifanio Mejía) que, o niegan la presencia de sefarditas o los dotan de características malévolas y desordenadas, como tan bien lo han explicado Sartre en La cuestión judía y Finkelkraut en El judío imaginario cuando se refieren a la creación del otro como chivo emisario. Esto se podría deber a tres factores: a los textos viejos de la Iglesia católica, ya felizmente reformados por el Concilio Vaticano Segundo, donde se hablaba de los pérfidos judíos; a los rezagos del antisemitismo europeo que todavía campea en algunos textos canallas, o a la búsqueda de! una pur eza de sangre, cosa más bien risible porque no hay en Europa un pueblo más mestizo que el español, de donde venimos todos. Y para fundamentarlo, hay una tesis demasiado simple. Si los españoles no hubieran estado africanizados, no hubieran podido ejecutar la conquista del trópico. Basta ver que ni los alemanes (que tenían el patrocinio de Carlos V) ni los ingleses pudieron resistir estos climas. Los holandeses, si. Pero no eran holandeses puros sino sefarditas, al igual que los portugueses.
Hoy, cuando hablamos de la multiculturalidad y la participación de varios pueblos en la construcción de uno que integre distintas visiones, en lugar de negar eso que asusta porque acaba con la invención y plantea la realidad, nos vemos obligados estudiar a fondo eso que se niega, porque allí hay parte del origen y de los genes inteligentes que nos proveen de identidad. Esto sin contar con el inconsciente colectivo que es tan difícil de negar, porque este evidencia costumbres, formas de comer, creación de símbolos y maneras de enfrentar la vida. Anteriormente podíamos negar algo haciendo uso del poder, ya no. Somos lo que somos y este es el valor que tenemos cuando sabemos de dónde viene eso que nos caracteriza y nos hace proclives a aceptar esto o aquello.
Para concluir, los sefardíes, que no somos una raza porque ya en España nos mestizamos con los godos y en los califatos Omeya y Fatimí hubo mezcla con sangre árabe, seguimos existiendo. Y mientras esto sucede, después del daño que propició la Shoá (el Holocausto), donde más del 60% de los sefardíes desaparecen en las cámaras de gas y a consecuencia del trabajo esclavo, recuperamos la lengua (el ladino), las tradiciones y el sentido que tenemos en la creación de la historia. Y, a nivel local, nuestra participación, aunque pequeña, en una Antioquia en la que creemos así ella crea poco en nosotros.
Munchas grasias por aver oyido esta konferensia i por la permitir meldarla. El Dio de todos esté kon vosotros i mosotros. |