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El 27 de enero de 1945 tropas soviéticas llegaron al campo de exterminio de Auschwitz
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Hasta 1879, el odio hacia los judíos no tenía siquiera un nombre especial. Ese año un tal Wilhelm Marr acuñó el término "antisemitismo" a fin de quitarle al fenómeno de toda connotación religiosa. El panfleto escrito por Marr que se llamaba "La victoria del judaísmo sobre el germanismo considerada desde un punto de vista no-religioso", proponía.....
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Borges llegó a afirmar, parafraseando a Paul Valéry (1871-1945), que la Historia de la literatura podría escribirse sin mencionar a un solo autor; debería ser la Historia del Espíritu como productor y consumidor de literatura.....
Alguna vez he escrito que el objetivo estratégico del terrorismo no es, en primera instancia, matar mucho, sino matar mucho para poder socializar el terror. A partir del momento en que el miedo se instala en el seno de una sociedad democrática,.......
La Argentina sufre el triste privilegio de ser el primer país del continente americano víctima del terrorismo suicida. Diez años antes del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, hicieron volar la embajada de Israel en Buenos Aires.....

La chelista de Auschwitz - Anita Lasker

Un chelo para Auschwitz y su mensaje de verdad

Agustín Blanco

“Tuve que quitarme toda la ropa, me afeitaron la cabeza y tatuaron el número 69388 en mi brazo izquierdo”.  La encargada de estas tareas junto a las duchas de desinfección era una prisionera como ella, que luego de pedirle como regalo esos zapatos que ya no necesitaría, le preguntó qué sabía hacer. Cuando Anita Lasker le contestó que tocaba el chelo, la encargada le anunció “¡salvada!” y le pidió se hiciera a un lado.

 

Desnuda y con un cepillo de dientes en la mano Anita vio llegar poco después a Alma Rosé, una sobrina de Gustav Mahler en elegante abrigo de piel de camello. La directora de aquél celebre conjunto de los años treinta, las  Wiener Walzermהdel (“Las señoritas del vals vienés”) había conseguido retardar su destino regenteando en Auschwitz una orquesta de mujeres hasta entonces sin chelista, encargada de acompañar musicalmente la llegada de los trenes, la primera selección de su carga humana y las idas y venidas cotidianas de esbirros y prisioneros. También debían acompañar los momentos de solaz de gente importante. 

Ante Mengele, Anita tocó el Traumerei de Schumann, “para aliviar su sensibilidad, vaya a saber de qué...”, comentó Anita en un reciente reportaje de la BBC. “Debíamos estar preparadas para tocar al personal de la SS, que llegaba a nuestra barraca en busca de un alivio ligero luego de su extenuante  tarea de determinar quien viviría y quien debía morir”, cuenta la chelista en su libro, cuya traducción se multiplica en los mas diversos idiomas, siempre  sin incluir el nuestro, tan mal llamado lengua universal cuando de temas de música y política se trata.

 

Bajo el título Inherit the truth (algo así como Hereda la verdad) el libro abarca lo poco de su vida que precedió su detención a los dieciseis años (había nacido en 1925), sus experiencias en Auschwitz Birkenau, el caos final de Bergen Belsen y las vicisitudes de su emigración a Inglaterra, donde se casó con el chelista Rafael Wallfish y concurrió como fundadora de la English Chamber Orchestra.              

 

Los Lasker eran alemanes de pura cepa, acomodados en la alta burguesía de Breslau, que observaban algunas fiestas judías sólo por cumplido, junto a un rito sabático semanal no tenía nada que ver con la religión. Consistía en sentarse a café y tortas los sábados por la tarde y leer a Schiller y Goethe, este último aún hoy reverenciado por Anita. Y por supuesto, la música, con la madre al violín y su hermana Renate al violín, Marianne, la mayor, al piano y Anita con su chelo. Y también por supuesto, idiomas. Los domingos solo se hablaba francés. Cuando un alumno en la primaria le impidió borrar el pizarrón al grito de “¡no le den la esponja a la judía!” y cuando los niños empezaron a escupirle en la calle, Anita se extrañó: “Al ser tan poco conscientes de nuestro judaísmo en casa, encontraba todo esto muy extraño y envidiaba plenamente a la gente que no tenía este misterioso estigma…”. 

Anita reseña la progresiva destrucción de su familia con concisos comentarios que acompañan transcripciones de las cartas de su padre a parientes, amigos y asociaciones de refugiados rogando asilo para sus dos hijas menores  (Marianne, la mayor, había conseguido emigrar a Inglaterra con la intención de seguir a Palestina). La decisión de un Reverendo Fisher de recibir a Renate en Inglaterra motiva una conmovedora misiva de Lasker padre: “Creemos que las costumbres de la fe son menos importantes que su espíritu. ¿Fue meramente por casualidad que usted transcribió al final de su carta, una frase de Cristo que Hilel ha marcado, casi con las mismas palabras, creo, como la verdad fundamental de la fe judía?. La frase que no solo está en nuestros Evangelios, sino también el Talmud es ‘Ama a tu prójimo como a tí mismo’.  

 

La declaración de guerra impidió el viaje de Renate y las cartas a Marianne narran la pérdida de la casa familiar y la demolición del optimismo del padre, que hasta 1941 tramitó en un consulado la posibilidad de emigrar a Italia. En una carta escrita desde el Bergen Belsen ya liberado Anita recuerda a su padre trabajando hasta tarde en su declaración de bienes la noche del 8 de abril de 1942, antes de ser deportado con su esposa: “No intercambiamos muchas palabras. Había mucho que hacer,

empaquetar…empaquetar..(entonces no sabíamos que, de cualquier manera, todo les sería quitado).  Mama lloraba y lloraba…nuestra pobre, pobre adorada Mutti…estaba tan asustada…”  La abuela de 82 años a quién Anita y Renate acompañaron semanas después al punto de asamblea para la deportación, se despidió en cambio con un magnífico desafío: “En realidad ya no entendía poco de lo que estaba ocurriendo y –gracias a Dios- conservó su orgullo y dignidad hasta el final. Cuando un oficial de la Gestapo la llamó como ‘¡Lasker!’, mi abuela pasó frente al escritorio, pero no sin detenerse frente él . Lo miró fijamente a la cara y le dijo en voz muy alta:’¡FRAU Lasker, para usted!’. Yo pensé que él le iba a pegar allí mismo, pero…él simplemente repitió ’Frau Lasker’. Me enorgulleció tanto verla pasar sin ser molestada!…”

 

Los padres fueron deportados a Izbica, un lugar donde los judíos debían cavar sus propias tumbas antes de ser fusilados en 1942, y la ultima misiva es una carta del padre citando un salmo y la noticia que la madre no podía escribir por no estar bien de salud. Anita y Renate fueron transportadas a Auschwitz recién en la segunda mitad del 43, y la explicación de esta demora es que ellas no eran inocentes, sino criminales convictas por la justicia alemana. Porque las Lasker eran activistas por naturaleza, que antes y después de la deportación de sus padres, alternaban su trabajo en una fábrica de papel higiénico con la falsificación de documentos de identidad que permitieron escapar a muchos refugiados extranjeros de sus trabajos forzados en Alemania. Tan seguras estaban las dos adolescentes de poder burlar a la Gestapo que hasta forjaron sus propios documentos y transformadas en las señoritas Demontaigne decidieron irse a París, en un plan que Anita llama irónicamente “el gran escape”. Detenidas por la Gestapo en la plataforma junto al tren Breslau-París, las Demontaigne hasta tuvieron la osadía de pedir un intérprete ya que ellas solo hablaban francés, y mientras eran llevadas a los cuarteles de la Gestapo decidieron tomar el cianuro dado por un amigo. “Lo hicimos en la esquina de las Garten y Scheweidnitzer Strasse…(he vuelto a visitar el lugar hace unos años). En el momento en que mi lengua tocó el polvo blanco, me imaginé morir y me sentí muy débil. Pero, he aquí que no me moría y seguía caminando. El gusto en mi boca era dulce y no de almendra amarga como me había imaginado. …Nuestro alivio fue enorme, aún cuando seguíamos caminando hacia la Gestapo, y entrábamos en un mundo desconocido y extremadamente desagradable…” Sigue la proclamación del credo que ha venido guiando el resto de su vida:  “Si algo prueba este episodio es nuestra total ignorancia de lo que nos espera en cada momento futuro… excepto que en la vida normal las circunstancias hubieran sido bastante menos extremas…” Después de la guerra Anita hasta pudo agradecer al amigo que les dio azúcar impalpable en lugar de cianuro. Y poco después del fallido intento de suicidio pudo también agradecer al sistema criminal vigente que al condenarla a dieciocho meses de prisión por los delitos de estafa documental, ayuda al enemigo, e intento de escape, le postergó el destino programado para los judíos sin prontuario. En un sistema de justicia perverso, una sentencia condenatoria transformaba al reo en un “convicto con  archivo”, mas difícil de eliminar que un inocente sin documentación procesal alguna. Las dos hermanas permanecieron en cárceles diferentes hasta el día en que las obligaron a firmar su aceptación “voluntaria” de traslado a Auschwitz.

Si los prolegómenos del proceso son de lectura fascinante para cualquier abogado, la estadía de Anita en Auschwitz es importante para los aficionados a la música. “La gran diferencia con Terezin es que en la orquesta femenina de Auswchwitz tocábamos basura. Para que se dé cuenta del nivel, le cuento que la pieza musical mas refinada era Dvorakiana, un arreglo de temas de Dvorak” me contó Anita durante una entrevista. “Y también marchas, una detrás de otra, porque los alemanes, tan prolijos y definidos en sus hábitos, aman las marchas. Comenzábamos todos los días con la marcha militar de Schubert…”. Un programa conmemorativo de los músicos en Auschwitz pasado por la BBC hace unos días ilustra similares declaraciones de Anita Lasker con la visión de las barracas en invierno con la pieza de Schubert como fondo musical. El contraste de esta marcha militar, tan rara en su inocencia y optimismo con el desolador paisaje militarismo y genocidio fue, personalmente hablando, el momento mas paradojal y conmovedor del programa.  

 

Basura o no, el repertorio de la orquesta era ensayado con el rigor impuesto por Alma Rosé, cuya entrega a la música se iba acentuando con el avance de su enfermedad final. Una vez Alma mandó a una Anita recién recuperada de tifus a  lavar de rodillas todo el piso de la llamada “barraca musical” donde se alojaba la orquesta, en castigo por haber tocado notas erróneas. “Yo estaba furiosa y la odié. Pero por extraño que pueda parecer, en retrospectiva, no tengo ahora mas que admiración por la actitud de Alma. No sé si lo hacía premeditadamente o por instinto, pero con esta disciplina de acero nos obligaba a apartar la atención de lo que ocurría fuera de la barraca, de las chimeneas humeantes y de la profunda miseria en la vida del campo, para concentrarnos en un ´fa’ que debería haber sido ’fa sostenido’…” .   Una de las razones de la exigencia de Alma parece haber sido la devoción filial ya que cuando la orquesta tocaba algo bien, comentaba “esto hubiera estado lo suficientemente bien para mi padre…”.  También pedía a sus instrumentistas que si sobrevivían trataran de encontrarlo y le contaran de la orquesta. Anita llegó a cumplir este recadojusto a tiempo, cuando recién llegada a Londres  alcanzó a visitar a Arnold Rosé, el ex concertino de la Filarmónica de Viena, cuñado y confidente de Mahler, muerto en 1946.          

 

Auschwitz es relatado sin ahorrar detalle, desde el rapado de cabeza hasta la disentería y el tifus. Sigue la dantesca descripción de Bergen Belsen donde una Anita resistente a aceptar esperanzas falsas, sólo comenzó a creer en una próxima liberación cuando Irma Greese, una de las guardianas más crueles del campo trató de hacer causa común con ella comentándole: “El fin está cerca. Seremos liberadas”. La liberación fue a medias, porque Anita y Renate, sin padres y sin patria (no querían volver a una Breslau ahora ocupada por los soviéticos) tuvieron que vivir once meses mas en Bergen-Belsen antes de poder emigrar a Bélgica y finalmente Inglaterra.  Durante ese tiempo hizo de intérprete y dio conciertos. También vivió la visita de Yehudi Menuhin, que en sus memorias se explaya con alguna grandilocuencia sobre su concierto ante los liberados sin haber llegado a impresionar demasiado por lo menos a uno de ellos. “Su ejecución no tiene el alma que imagino en Casals y tuve la clara impresión que estaba ahorrando esfuerzos”, comenta Lasker en una carta. Todo lo contrario con ese pianista de identidad en aquél entonces desconocida para ella: “no puedo imaginar algo hecho mas bellamente. Totalmente simple y sin embargo me sentí totalmente transfigurada por él, sentado con la humildad de alguien incapaz siquiera de a espantar una oca, pero tocando a perfección”. Años después Anita comentó a Menuhin que ella había estado en aquél concierto y el célebre del violín le devolvió una vaga sonrisa de cumplido. El pianista, Benjamín Britten, se mostró en cambio profundamente conmovido al escuchar la historia luego de un ensayo en el Festival de Aldeburgh. Britten le pidió prestada la carta justo antes del incendio de The Maltings la primera noche del festival en 1969. Al día siguiente, trasladados los ensayos a una iglesia en medio de la atribulación general, Britten no olvidó tranquilizar a Anita diciéndole que la carta estaba a salvo.

 

Como muchos otros sobrevivientes, Anita Lasker tardó cuarenta años en juntar fuerzas para relatar sus experiencias. “Cuando comencé a construir mi nueva vida después de la guerra mi propósito era compensar años perdidos y dar alguna ‘normalidad’ para mis hijos…Me costó muchos años entender que normalidad no es algo a crear de la nada. ¿Cómo puede haber normalidad cuando una hesita responder las preguntas de sus hijos sobre el abuelito o la abuelita por miedo a traumatizarlos irremediablemente diciéndoles que están en alguna fosa común en Polonia?”. La “normalidad” parece haber llegado recién con la evocación de un pasado terrible. Durante una gira con la English Chamber Orquestra, Anita aceptó volver a Alemania al ver que uno de los conciertos tendría lugar cerca de Belsen, y empezó a componer un relato para sus hijos. Cuando la convencieron que escribiera un libro y la BBC le hizo grabar extractos del mismo, la chelista, ahora retirada y con ochenta años robusta y jovialmente llevados, comenzó su segunda carrera dando conferencias en Inglaterra, Estados Unidos Alemania y Austria, y desarrollando como vocación predilecta charlas en las escuelas. Fue la única entrevistada por Der Spiegel, la revista leader de Alemania en ocasión de los sesenta años de la liberación de Auschwitz. En esta entrevista Lasker explica el sentido de esta pedagogía. Según ella, no vale la pena contar la historia del holocausto como si se tratara de las guerras napoleónicas. Sólo tiene sentido hacerlo para interpretar un presente que no ha aprendido lo suficiente para relegar al pasado la inhumanidad que llevó al genocidio.  

Mis experiencias directas con Anita Lasker registran dos actos que me parecen demostrativos de su valentía de carácter. El primero es un concierto donde intercaló el relato de sus experiencias personales de degradación en medio del hambre y las enfermedades con interpretaciones de un cuarteto de cuerdas que incluía a su hijo Rafael como ejecutante. El segundo es uno de esos shows de audiencia masiva de televisión con público en Alemania que alterna jolgorio con cosas serias, donde ella y Renate se enfrentaron con sus antiguos compatriotas sin la menor actitud de queja o reproche. Luego de un intercambio de despreocupadas risas, afines con el carácter general del programa, las hermanas pasaron a contar con pelos y señales su relato de Auschwitz y Bergen Belsen. Renate lo hizo con despreocupada tranquilidad. Anita utilizó esa mezcla de bonhomía, humor y un sarcasmo tan suyos, nunca de mala uva, sino raramente bondadosos pero de esos que uno usa para tener a raya a gente cuyos defectos conoce bien. El resultado fue conmovedor, y el cambio de atmósfera, mágico. Como ante un conjuro mágico la audiencia respondió la evocación del pasado con el recogimiento típico de un acto de contrición.        

¿De donde sacó Lasker la fortaleza para derrotar en toda la línea a sus victimarios, no sólo sobreviviendo sino también burlándose de ellos? El libro contiene algunos indicios interesantes en este sentido, comenzando por uno remoto y dicho como al pasar sobre el papel que juzgó el dios de Israel, de quien Lasker supo sacar el mejor provecho gracias a una secularidad y visión práctica de la vida que le permitieron tomarlo sin interferencia de autoridades religiosas. Mientras esperaba ser trasladada a Auschwitz, Anita se hizo de una Biblia y la leyó hasta el punto de aprenderse pasajes de memoria: “Se que ésto me ayudó mucho. . Podía mantener mi enemigo a la distancia, y casi me hipnoticé a mí misma hasta el punto de sentirme intocable. Nunca pude aceptar que un ser humano tuviera el derecho de destruir a otro. Llámenlo como quieran, fatalismo o fe, pero lo cierto es que me convencí que nadie podía tocarme a menos que un poder superior así lo decidiera. No era que no estuviera asustada, pero debo haber parecido temeraria. Y despreciaba a mis perseguidores tan profundamente que estoy segura que algo traslució. Raramente fui objeto de abuso físico”. ¿Y el miedo?  “Lo raro es que una se acostumbra tanto al miedo que éste se hace parte de su maquillaje…En realidad, más que la misma muerte, me asustaba perder un miembro o quedarme paralítica…”

Hace unas semanas pregunté a Anita Lasker si alguna vez no había sentido desesperanza o depresión y, como si estuviéramos hablando de experiencias normales de un mortal cualquiera, me espetó simplemente que en realidad ella no era una persona depresiva. Luego agregó “una vez,...casi inconsciente por la fiebre y el tifus en la enfermería sentí que discutían para ponerme aparte y pensé…bueno…esto es el fin, ya que este estado de enfermedad normalmente terminaba con una selección para la muerte. Y creo, porque no puedo recordar bien, que alguien dijo…¡no!, es la chelista…”  Pero, balbuceé con voz insegura, y con el dudoso auxilio un lugar común freudiano, ¿usted nunca precisó terapia para superar estos traumas?, ¿nunca necesitó “elaborar”con la ayuda de psicoanalistas?  “¿Y ellos que saben?” me retrucó la chelista de Auschwitz, genuinamente divertida con la pregunta.

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