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Sobre la crisis en el judaísmo laico - Jaim Finkelstein - 1965

 

Sobre la crisis en el judaísmo laico *

 

Jaim Finkelstein

 

Una vieja controversia, que durante muchos años provocó no pocos disgustos, se renovó últimamente. Ello ocurrió esta vez en la convención ideológica de Poale Zion – Hitajdut  (Mapai) en Argentina.   El tema es de nuestro más alto interés:

La educación judía, cómo debe ser, religiosa o laica?

Discusiones en el plano ideológico no están demás. A veces, estas discusiones son precisamente muy útiles y necesarias, particularmente cuando se trata de un tema tan trascendental. Está demás decir que la educación judía forma parte de los problemas más importantes en el que el mundo judío se debate hoy día. Es por ello que este tema debe ser tratado en todas sus posibles y múltiples facetas por su significado fundamental.

 

Es cierto, la educación judía pasa por una crisis. Pero la crisis sucede en todo el medio educativo – incluso el religioso – y no sólo en el sector laico, como fuera dicho en la mencionada convención. El problema es general. Y las causas del mismo radican, en mi opinión, en muchos otros factores más profundos.

Recordemos que la crisis no es sólo de la educación y no sólo de los judíos, sino que se extiende por doquier en los ámbitos de la literatura, las artes, la cultura y la vida espiritual del hombre actual.

Las causas son diversas pero la más importante y a la vez más horrenda, es la segunda Guerra Mundial finalizada hace casi 20 años. Su influencia y la del nazismo, con su sangrienta dictadura inmolando milliones de personas y arrasando la conciencia y el honor humanos – todavía la sentimos y la seguirá sintiendo el mundo entero por no pocos años más.

La generación que sobrevivió esa pesadilla y la que la sucedió, son generaciones trágicas que sufrieron y soportaron las mayores denigraciones físicas y desilusiones espirituales y morales. Son generaciones en las que grandes sectores de ellas han perdido la confianza y la creencia en el hombre. Es por tanto natural que ello influya en la cultura actual, en el arte, en la educación y en todos las otras manifestaciones del espíritu humano. El arte y la educación se construyen sobre la verdad, sobre la confianza. Es esa la base del vedadero arte; pero si en la educación faltara la última, ello arrancaría la raíces tanto del uno como de la otra.

Los resultados de esta situación se manifiestan por doquier en la juventud actual, a la que señalamos con el índice porque olvidamos muy frecuentemente, que no es ella la culpable, sino la víctima de una cruel realidad. Es acaso extraño que la juventud carezca de ideologías, esté desilusionada y huya de los problemas?

La crisis es general, su base es moral y por ello es tan profunda y no respeta a nadie. Tampoco a nuestra juventud, que vive en el mismo ambiente.

 

 (*) Artículo publicado en idioma idish en Páginas Escolares, 1965, Bs. Aires, Argentina.


 -          Influye ello en la educación?

-          Con toda seguridad.

Pero no sólo en la parte laica de la educación; no tuvo menos influencia en la educación religiosa. Si se busca una solución para la crisis, ella debe buscarse en profundidad, donde la crisis tiene asentadas sus raíces. Pero si se supone que saltando de un carro a otro se soluciona este doloroso problema, se está cometiendo un grave error.

 

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No se puede hablar de la educación como de un ente aislado de la vida.  Si debiéramos pasar del laicismo a la religión, tendríamos que recorrer todo el camino hasta el fin. Qué sentido tendría hablar de una revisión sólo en la educación y simultáneamente acallar todo nuestro estilo de vida, que no es religioso?

Si un individuo abrazara la religión, pues sería lógico que exijiera también una educación religiosa. Pero ser personalmente no religioso y querer trasvasar los principios y valores de la religión sólo a la educación, no tiene sentido alguno.

Para cada maestro o individuo con sentido común está claro que no se puede enseñar a los niños nada de lo que uno mismo no crea. Por ejemplo, supongamos un maestro, laico en su vida privada, que enseñara en un colegio religioso. Supongamos además, que concuerde en que no puede enseñar a sus niños a ser religiosamente creyentes y él mismo hacer lo contrario en su presencia. Procede, por lo tanto, a esforzarse por lo menos en presencia de los alumnos, a rezar con fingida devoción y a comportarse según lo que él predica y enseña. Es acaso suficiente? Será por ello su labor auténtica y completa?

Cualquier persona con sentido común diría que es necesario algo más que eso, más que la fingida religiosidad; es necesario que el maestro crea profundamente en lo que él predica,  porque los niños disciernen lo verdadero de lo que no lo es. Qué es lo que pudiera salir de una educación así, si los niños perdieran su fe en el maestro, su educador?

No puede, por tanto, haber dos medidas: es imposible practicar el laicismo los mayores y propugnar una educación religiosa para los niños. Quien lo hiciera, apareja más daño que beneficio, tanto para los niños como para la educación y sus cometidos.

 

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        En la convención se mencionó repetidamente el nombre de Jaim Grinberg q.e.p.d.Mi deber no es agregar ni quitar lo que Jaim Grinberg expresó con tanta sabiduría y talento. Pero

debe quedar claro, Jaim Grinberg no fue nunca dogmático. ֹl frequentemente propuso revisiones en la vida, particularmente en lo referente a nuestros valores espirituales. Pero sus exigencias iban dirigidas a todos, tanto a religiosos como laicos. Una de las características salientes de su modo de pensar era la autenticidad. La autenticidad era para él la base de la creación.

En uno de sus inspirados ensayos, bajo el nombre de “Plegaria”, él cita a nuestros sabios que sostuvieron que la plegaria sin renovación no es plegaria. ֹl trae a colación la advertencia de la Mishnah: “al taas tefilatja keva” no hagas de tu rezo un molde, un acto mecánico. Y prosigue citando a Rav Oshaiah quien estaba dispuesto a “eximir” de rezar a aquel judío que: “tefilato domah alav kemasaho”, su plegaria le parece una carga, un lastre, una obligación, un aburrido deber. Raba y Rav Iosef fueron más lejos aún hasta el punto de contemplar como nula la plegaria de quien: “eino iajol lejadesh bah davar”, es incapaz de tributarle nada nuevo. Cómo puede pues, alguien renovar una plegaria escrita, fija en un texto predeterminado?

A ello responde Jaim Grinbreg en el espíritu de la Mishnah, que la renovación está en la intención. Renueva su plegaria quien rezare con auténtica intención, quien sintiere un renovado tremor en su alma ante el mismo texto bien conocido.

Sin renovación, sin sinceridad – quiso significar - no hay plegaria; ella no llega a las puertas del cielo y queda suspendida yendo y viniendo entre el hombre y Dios.

 

Cómo atañe ello a la educación?

 

“Jinuj” (educación) hasta en su etimología (hebrea) significa renovación. Sin renovación no es posible una buena, una auténtica educación. Cómo puede existir, entonces, una educación sin sincera intención, si aquellos educadores hicieran lo que  contradice su propia manera de ser?

 

            Es posible que haya quienes estén dispuestos a una revisión general. Hay quienes cambian de tren a veces conscientemente y a veces porque está de moda…

ltimamente no faltan quienes apuntan sus flechas contra el judaísmo laico; por ello es necesario de tiempo en tiempo hacer un resumen de cuentas: acaso el judaísmo laico es sólo un factor negativo en nuestro pasado histórico o contribuyó valores positivos y creativos a la vida de nuestro pueblo?

Se entiende que hay que diferenciar entre laicismo y laicismo. Tal como no todas las tendencias y movimientos religiosos están cortados con la misma tijera, tampoco lo están los movimientos laicistas. En la historia judía, la influencia de la religión tuvo un papel extraordinariamente importante. Pero si se analiza en profundidad, se percibe que no siempre su influencia fue la misma. La influencia de la religión dependió de la medida en que estuvo relacionada con el pueblo. Cuando la religión fue alejada del mismo, se estirilizó y se paralizó su influencia positiva en el desenvolvimiento de la vida judía.   


            Hemos tenido no pocos ejemplos desde los muy remotos tiempos, Alejandría de Egipto es uno de ellos. Posteriormente hubo casos similares en distintas épocas de la historia. El capítulo más prominente y doloroso lo tuvimos en Alemania a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX: los “alemanes de fe mosaica”  que prefirieron quedarse sólo con su religión y desprenderse de su pertenencia al pueblo judío, no perduraron mucho – como es sabido. A la separación de su pueblo, de su vida y aspiraciones, de su creación nacional, de su cultura y tradiciones, le siguió el divorcio de su fe judaica. Lo sucedido después, es conocido por todos.

 

Lo mismo podemos decir de ese laicismo que optó por desprenderse de todo signo de contenido nacional  y que fuera a fracasar igual que la hipótesis que sostenía que es posible religión judía sin pueblo judío. Sin embargo, existe otro tipo de laicismo, el compenetrado de los valores inmortales de nuestro pueblo.

 

La historia judía no olvida a aquellos auténticos creyentes que sacrificaron sus vidas en aras de su creencia, en Worms, en Mainz, aquellos que marcharon erguidos en los autos-de-fe en España y Portugal; los “aseret haruguei maljut”,  Reb Amnon por su ilimitada devoción, Rabi Meir Bar-Baruj (Meir de Rothenburg) y muchos otros, todos ellos venerados como mártires por sacrificarse por el honor de Israel.

Pero judíos laicos tambien sacrificaron sus vidas con no menos lealtad tal como Iosef Jaim Brener, Iosef Trumpeldor, Mordejai Anilevich, Jana Senesz, Mordejai Tenenbaum, Emanuel Ringuelblum y muchos otros más.

Si las personas, las ideas y los movimientos se ponen a prueba a través de duras experiencias, creo que aquella judeidad laica, la dotada de un profundo sentimiento nacional, acaba de aprobar el exámen más dificil. El judío laico no falló ni avergonzó, en los más difíciles y amargos momentos que acabamos de sobrevivir, la larga tradición de su pueblo.

  

El judaísmo laico demostró poseer una enorme energía de creación, que para todo movimiento es signo inconfundible de su vitalidad. Es difícil imaginarse cómo se vería nuestro pueblo, si en el plano nacional no hubiera lugar para sus ramificaciones laicas. En ese sentido, el judaísmo laico rescató al pueblo de un tremendo raquitismo físico y espiritual. En este último siglo precisamente produjo un gran número de creaciones que en gran medida revitalizaron tambien nuestros antiguos valores; provocó nuevas creaciones que constituyen la base de la continuidad de toda cultura viva y por sobre todo, condujo a la transformación de nuestro pueblo en una nación moderna, situándolo en la arena mundial junto a los demás pueblos del orbe.

  

El mismo sionismo, el nuevo y ancestral sueño de liberación, la modernización de la idea del Mesías que llevó a la creación del Estado de Israel, es genuino producto del judaísmo laico. El socialismo judío, que vino apareado con la laicización de la vida judía y cuyas raíces provienen del terreno social y del desenvolvimiento de los procesos de la historia humana, es en toda su esencia la continuidad orgánica del antiguo ideal profético que manifiesta el espíritu peculiar de nuestro pueblo.

Y la literatura hebrea moderna? Y la literatura idish desde Mendele, Peretz y Sholem Aleijem? La maravillosa pléyade de poetas, beletristas, ensayistas en nuestros dos idiomas – todos ellos son producto del judaísmo laico. Bialik, el compilador del “Sefer Haagadah” y autor de “En la ciudad de la matanza” no fue acaso un laico que contribuyó de sobremanera a la laicización y actualización de la literatura hebrea?

Existe hoy una vida creativa judía en el mundo y en Israel en los que el judaísmo laico destaca su posición en primera fila. Dirán que no faltan objeciones y problemas en Israel y en el mundo judío. Cierto, pero no pertenecen sólo y exclusivamente al laicismo. El mundo judío del no muy lejano pasado, que aún no “sufría” del laicismo, no estuvo exento de objeciones. Lo atestiguan a diestra y siniestra en sus obras Mendele, Sholem Aleijem, Yehuda Leib Gordon (Yalag), Bialik y otros.

 

            Este no es el lugar para mencionar todo lo que el judaísmo laico contribuyó a la vida de nuestro pueblo. Es esto imposible en los marcos de un artículo, pero quien tenga un sentido para los valores de la cultura, conoce lo que el laicismo judío renovó: la literatura en idish y hebreo, el teatro y el arte en todas sus formas, la educación idish-hebrea, el periodismo, las investigaciones científicas, las múltiples manifestaciones de la actividad cultural que como un multicolor arco iris iluminó el oscuro cielo judío. Todo ello revolucionó nuestra vida, promovió nuevas ideas, nuevos movimientos, un mundo de inquietudes, una renovada confianza en nuestras fuerzas que en un relativamente corto lapso, impulsó el giganteso paso adelante de nuestro renacimiento social y cultural.

 

             Estamos aún muy lejos de estar satisfactoriamente bien en el mundo judío. En muchos sentidos, en lo relativo a la vida cultural en la diáspora, es mucho más difícil hoy que antes, después del aniquilamiento del judaísmo europeo oriental. Sería una desgracia conformarse con los logros de hoy y acallar la inquietud que despiertan los peligros que se perfilan. Pero quién puede asegurar que sin el judaísmo laico la situación sería mejor? Quién sabe si en las actuales circunstancias, sin el judaísmo laico, podríamos resistir los embates del mundo ajeno?

La importancia de la renovación consiste en poner el acento en el pueblo, en la nación. Durante centenares de años estos conceptos fueron tergiversados. No sólo los historiadores que escribieron la historia judía y el mundo no judío en general, sino muchos judíos se preguntaban: son los judíos un pueblo o no?


            Especialmente la judeidad laica fue la que dió la respuesta definitiva. En el mundo de antaño el judío podía existir probablemente sin conciencia nacional. El mundo era distinto: durante siglos estuvo envuelto bajo el manto de la religión. Todos los intereses, los apetitos imperiales - sobre propios y ajenos, fueron puestos en marcha en nombre de Dios y la Santa Iglesia, el odio contra los judíos, las persecusiones, las expulsiones, los autos de fe, tuvieron formalmente un cariz religioso. La religión judía tuvo los atributos espirituales y morales que sirvieron de amparo a los judíos.

El mundo de hoy no lucha contra la religión judía y la influencia de la cultura exterior no es precisamente religiosa. Su presión es laica, tiene más bien un carácter nacional, en la que no quiere tolerar al judío como pueblo o nación en el marco de su propio entorno nacional. Esto último viene acompañado por un lado por una presión asimilacionista nacional y por otro, según las circunstancias, por el antisemitismo y las persecuciones. El arma más importante en esta contienda por el ser judío, es la toma de conciencia de nuestro pueblo, que nos permita luchar por nuestra existencia nacional.

En la formación de esa conciencia, en su aporte a la vida activa del pueblo, en la solución nacional del problema judío coronado con la creación de Israel, es donde obtiene el judaísmo laico su más alto galardón.

                                                              

El laicismo que rescindió de las tradiciones judías, de sus festividades, del Shabat, etc., celebraciones que crecieron orgánicamente con el pueblo judío, no es laicismo judío. El laicismo bien entendido ha adoptado esos valores como propios hace ya mucho tiempo, porque es patrimonio nacional y forma parte integral de la cultura del pueblo. Pesaj es una festividad para el judío laico no menos que para el religioso; asimismo Shavuot   y Rosh Hashana, Sucot, Januca y otros. Acaso carecen esas fiestas de una significación social y nacional que son propias tambien del judío laico?

En el correr de los últimos años aparecieron las conmemoraciones del Ghetto y Iom Haatzmaut. Son ellas conmemoraciones religiosas? Acaso no llenan ellas las almas de dolor la primera  - y del mayor júbilo la segunda - de todos los judíos sin excepción, tanto religiosos como laicos?

En resumidas cuentas,  las tradiciones, costumbres y fiestas judías no son patrimonio exclusivo del judío religioso. Estos valores son inseparables de la historia judía, de la cultura popular como un todo y de las esperanzas y aspiraciones de nuestro pueblo. El judío laico, como persona culta no puede prescindir de ellos, como no puede haber discusión sobre una educación laica que no preste a esos valores nacionales y sociales, la más alta atención.

En ese sentido, supongo, no es necesaria una revisión. No existe hoy, por lo menos en Argentina,  ni una sola escuela laica nacional donde todos esos valores no ocupen un lugar sumamente honorable.

 

Sin embargo, es necesaria una revisión. Es necesaria una nueva ponderación de los conceptos que gobiernan nuestra vida en general, de nuestros valores culturales y particularmente de las metas que queremos alcanzar con la educación tanto secular como religiosa en la época actual. Los tiempos, las circunstancias, los conceptos, los intereses, las metas cambian y  a la luz de ello debe entenderse la función a cumplir por la educación en las nuevas condiciones.

Toda nuestro estilo de vida, el religioso y el laico, toda nuestra actividad cultural incluyendo la educación, siguieron durante muchos años el modelo europeo oriental cuya característica era un aislamiento del mundo circundante de la mayoría absoluta de los judíos. Si ello fue bueno o malo, es otra cuestión; lo que es de subrayar, es que no  fueron los judíos los que elegieron el aislamiento, sino que ella les fue impuesta. Dadas esas circunstancias,  la influencia exterior y de paso la asimilación, tuvieron poco peso. La vida judía era mucho más simple, natural, completa. La cultura judía religiosa o laica era la única para la persona judía.

Hoy es distinto; ningún judío vive hoy en la cultura judía solamente. En el mejor de los casos, si no queremos prescindir de nuestros propios valores, debemos vivir en dos culturas. Cómo crear la síntesis de las dos – la general y la judía? Cómo integrar el judaísmo dentro del nuevo ambiente que derrumbó los muros del ghetto?

Nuestra aspiración es mantener nuestra autenticidad sin perder de paso nuestros derechos como ciudadanos copartícipes en la cultura general.

Pero en qué debería expresarse nuestra distinción en los ojos de nuestra juventud?  Sólo en la forma de los símbolos externos como fuera expresado en la anteriormente citada convención, me parece muy insuficiente. Para querer y poder ser distintos dentro del entorno no judío, esa distinción debe estar firmemente conceptuada. Ella debe por tanto estar profundamente impregnada de contenido, de visión e ideas que motiven y justifiquen esa distinción.

Es acaso nuestra diferente manera de ser sólo religiosa? La religión judía es ciertamente distinta de las religiones de otros pueblos, pero lo es sólo ella? La distinción radica en el carácter y manera de ser de nuestro pueblo que impregnó con su sello tambien otros valores que adoptó en el transcurso de su historia.  Ella se desarrolló como una manifestación de nuestra apreciación del mundo y del hombre y no sólo como una cultura autóctona natural de cada pueblo, sino como una civilización que con  el andar del tiempo adoptó características nacionales sin perder por ello su contenido universal y humanitario.

Los profetas son la más alta expresión del espíritu judío, de las ideas y conciencia del pueblo, de sus sufrimientos y aspiraciones nacionales pero al mismo tiempo sus profecías conservan su mensaje humano universal. La profecía de el Fin de los Tiempos – la visión del profeta Isaías – es en esencia profundamente judía y asimismo porta la idea de la salvación universal; lo mismo Amos, Jeremías, Ezequiel y otros.

Es en esta concepción de hombre, pueblo y mundo que con tanto fervor y pasión expresaron los profetas en sus palabras, en su continua aspiración a la perfección, a la paz, a la libertad y a la justicia social, que se basa la idea y contenido de la civilización judía.

 

Cuando todo ello sea concienzado, la juventud comprenderá mejor la aspiración de mantener la distinción judía que nuestro pueblo ha estructurado desde sus comienzos y consolidado a través de generaciones de historia, como parte inseparable de nuestro ser nacional.

  

Para que los niños y los jóvenes que reciben su educación incorporen y vivan esas ideas y valores, debe hacerse una seria revisión de los estudios y actividades educativas.  Por ejemplo, debe cambiar la forma de la enseñanza e interpretación de la historia judía, que muchas veces toma un cariz mecánico, lleno de detalles irrelevantes que impiden ver lo esencial.  Lo mismo, en el estudio de la literatura, antigua y nueva, en idish y en hebreo y en otras asignaturas en las que los conocimientos y vivencias son trasvasadas a nuestros niños.

El judaísmo – tal como fuera imaginado por los profetas – consustanciado con valores nacionales y simultáneamente con los más altos valores sociales humanos, el judaísmo que fuera entendido por el no-judío Renán como: una civilización que está embebida en una profunda aspiración ética hacia la libertad  o - como fuera formulado por Moisés Hess – el anunciador del renacimiento judío - como el portador del Shabat histórico para el mundo – es el que está llamado a ser el contrapeso espiritual a la exagerada influencia de la cultura foránea que apareja la enajenación y la asimilación. Ese es el judaísmo que se irá a convertir en el respaldo moral y nacional de nuestra juventud.

 

Y finalmente, Israel. Quién puede hoy hablar de educación judía e ignorar el estado judío? Durante generaciones, el recuerdo de Sión ha mantenido vivo el espíritu creador de nuestro pueblo. Prácticamente durante el largo exilio no existe ninguna manifestación espiritual que no esté influenciada por el sueño del retorno. Hoy, cuando la Mediná es una realidad, su influencia puede ser de gran magnitud en todos los aspectos de la vida y muy especialmente, en la educación judía.

             Aquí tambien es necesaria una revisión. Una ideología educacional que no esté impregnada de amor hacia Israel, peca no sólo contra su pueblo y tierra, que se encuentra en un proceso revolucionario sin parangón en el mundo, sino contra el niño y la juventud que son despojados de un gran ideal que esta llamado a influir en el contenido y carácter de su vida.

            Parece increíble, pero desgraciadamente existen hoy todavía escuelas que cierran puertas y ventanas a esta gran realidad y no están dispuestas a reconocer a Israel como un factor educativo. Hay escuelas de esta índole tanto laicas como religiosas. Las hay quienes adoptaron formas pseudo-religiosas que están supuestamente destinadas a propiciar un nuevo programa de vida para la juventud, sólo para obstar a Israel y al sionismo como ideal para los jóvenes.

 

            Hablando de la educación pseudo-religiosa, viene a la memoria El  tesoro de Peretz que cuenta lo de un judío que enterró en un paraje un tesoro y como señal -colocó una piedra. A su hijo le encomendó, después de introducirlo en el secreto, que cada año volviera a agregar una piedra. Así pasaron los años y las generaciones y con el tiempo se olvidaron lo del tesoro; lo único que quedó, fue la costumbre de acumular piedras…

            Qué puede contribuir un judaísmo pseudo religioso sin creencia, sin devoción verdadera, sin vida activa, vacía de contenido nacional y ajena a los valores creadores de la cultura judía? La educación que imparte cada pueblo es ponderada en la medida de su lealtad para con su época, su pueblo y los intereses de la persona que está frente a sus ojos. La misma medida debe ser aplicada a la educación judía. Aún más: debemos tomar en cuenta que esta educación es distinta,  más difícil, más complicada y problemática. Por ello debemos poner mucho más celo en cuidar este principio, que como todos los anteriores, sin ellos no es posible una educación seria.

            De cara al pueblo, a la tierra y al niño. De cara a los eternos y siempre renovados valores judíos – es el rumbo que deben tomar nuestros programas de estudios y de educación. Cada clase, cada actividad, cada fiesta, todo lo que es estudiado y hecho, desde la labor más grande hasta la más pequeña,  todos deben estar iluminados por esta meta.

           

            Si todos tendremos el coraje y la fuerza para llevar a cabo esa revisión a lo largo de todo el frente; si se encontraran los debidos medios y métodos para introducir en nuestra vida y en la educación que impartimos ese espíritu que la época en que vivimos impone, ese espíritu de nuestro renacimiento nacional que contiene los más altos ideales de liberación para el pueblo y las personas; si todo ello se lograra consustanciar en el haber cultural de nuestra juventud, como aspiración a la creación y la autorealización; si todo ello ocurriera, la educación no sólo habría llegado a ser capaz de confrontarse con influencias ajenas sino que sería el más eficiente respaldo para la vida de nuestro pueblo y el futuro de nuestros hijos.

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