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Historia del antisemitismo - Por Mario Linovesky - 25-05-08.

BREVE HISTORIA DE UN CONFLICTO QUE CONMOCIONA AL MUNDO     (25/05/2005)
Por
Mario Linovesky

En el Medio Oriente asiático (desde siempre tierra fértil para todo tipo de disputas), se viene librando una guerra inútil e injusta (al día de hoy en un frágil aunque afortunado parate), que lo único que ha conseguido fue, a través de más de medio siglo de continuos roces y debido exclusivamente al capricho de una de las partes en pugna, desestabilizar totalmente la región. Por tal motivo, y con harta frecuencia, acostumbramos escuchar las consabidas voces de condena al respecto, pero paradójicamente no contra quien comenzó los ataques y la conflagración en sí (los países árabes con sus centenares de millones de súbditos y sus superpoblados y bien armados ejércitos), sino contra aquel que por carecer de otras alternativas, se defiende (y como puede) de la agresión; y al que encima, con la complicidad de cantidad de naciones occidentales ya sometidas por el Islam (España, Francia, Bélgica, etc.), se acusa no sólo de ser una potencia ocupante, sino, además, de tener afanes definidamente expansionistas. Vista tal circunstancia y para encontrar las razones por las que un país con apenas seis millones y algo de habitantes y una superficie de 21.946 km2. (Israel), sea percibido por el mundo entero como sojuzgando con su poderío militar a una población tan superior en número, habrá que tener en cuenta una cantidad de pormenores que hacen a la cuestión. Aun cuando la mayoría de ellos se dé de bruces con uno en particular, que es específico y excluyente. Así, evaluada sucintamente, porque para más no da, se podrá comprobar que la tal percepción (la del presunto sojuzgamiento mencionado más arriba) no es sino una argucia publicitaria arreglada por los países atacantes, con el fin de desconocer la resolución de las Naciones Unidas que, desde 1947, ordena la creación de un estado judío en ese enclave del Levante. Una ofensiva propagandística en la que no vacilan emplear cuanta mendacidad esté a su alcance, sin importarles el daño que ella cause a quien sea, y donde sea. Porque para conseguir tal objetivo utilizan a una gente originaria de sus propias filas a la que renombraron astutamente como: “el pueblo palestino”, gente a la que exterminaron cuando tuvieron ocasión (el setiembre negro de Jordania con sus 30.000 muertos) o si no mantuvieron hambreada, encerrada en sucios campamentos y sin ninguna clase de futuro.

 

Pero, ¿quién es en definitiva el culpable por los padecimientos de ese “misterioso” e improvisado pueblo? A los ojos del planeta y gracias a la propaganda fomentada por las dictaduras árabes, única y exclusivamente:... ¡Israel!

 

De paso y para hacer más efectivos sus manejos, echaron mano a un recurso usado por algunas minorías ultra nacionalistas, el que, en el ámbito ecuménico (por lo menos masivamente), aparecía como definitivamente extinguido. Y gracias a ello hoy renació y se está expandiendo el flagelo que mató a millones de seres a lo largo de la historia: “la judeofobia”, ligando así el destino de Israel, la nación “cuestionada”, al de todos los judíos del orbe sin excepción.

 

 

¿QUIֹNES SON ESOS PALESTINOS DESPOJADOS?

 

Se llaman Jasam, Hussein, Jalil o Majmud. Sus abuelos, hacia principios del siglo XX y por entonces muy jóvenes, eran nativos y habitantes de Jordania, Siria, Líbano y Egipto, aferrados todos ellos a la tradición y modo de vida que les cabía en tales países. La emigración para esos ancestros, algunos lumpens y otros (la mayoría) componentes de las clases bajas sin oficio ni profesión, no se contaba entre sus planes, anhelos, ni, mucho menos, posibilidades; aunque así y todo se trasladaron como pudieron a la mal llamada Palestina (por documentación registrada a través de tres mil quinientos años: El Reino de Israel), no bien los pioneros judíos comenzaron a reconstruirla, tras una larga y forzada diáspora. Un territorio éste que pese a encontrarse sumido en el peor de los abandonos y en permanente discusión por su tenencia, aun así constituía la herencia incontestable para la nación hebrea, en base al pacto bíblico del patriarca Abraham con Dios y de su presencia histórica en el sitio. Motivos lo suficientemente valederos los mencionados como para que sus precursores retornaran con la voluntad y los capitales necesarios a fin de edificar pueblos y ciudades, y colonizar esa plaza estragada por diversos invasores a través de los siglos. Creando, con su iniciativa y entusiasmo, ingentes fuentes de trabajo y bonanza.

 

Recién entonces fue que llegaron esos árabes antes nombrados en apreciable cantidad, para beneficiarse con tanta bienaventuranza y promisión de futuro. Por esa época nacieron los padres de Jasam, Hussein, Jalil o Majmud. Más tarde, cuando la región dejó de ser el pantanal que era para en su reemplazo surgir florecientes urbes y las tierras infestadas de mosquitos se hubieron convertido en verdes predios exultantes de frutales o amplias llanuras aptas para el sembradío, cuando las industrias comenzaron a producir riqueza y bienestar, coincidentemente y a un mismo tiempo los abuelos y padres de Jasam, Hussein, Jalil o Majmud se transformaron en lo que sus patrocinadores llamaron pretenciosamente el “milenario pueblo palestino”, apropiándose indebidamente del gentilicio identificatorio de los nativos del lugar. Y, a que dudarlo visto su accionar posterior, salvado un tiempo pretendieron quedarse, empujados siempre desde afuera, con todo lo construido por los judíos. Ya que, conminados por los corruptos gobernantes de los países vecinos que querían deshacerse definitivamente de ellos, por ese entonces comenzaron, de la forma más artera, a atacar a los  hebreos que les daban ocupación y prosperidad. Y así, tan burdamente, dieron nacimiento a este prolongado conflicto, que bañó y continúa bañando en sangre al nunca muy pacífico Medio Oriente.

 

Cuando acabada la segunda guerra mundial y conocida la carnicería sufrida por los judíos (seis millones de víctimas) los aliados triunfantes, por agobio de conciencia, permitieron el surgimiento del Estado de Israel, estos “palestinos”, ayudados por toda la comunidad árabe de los alrededores, lanzaron esa guerra que, con unos pocos períodos de semitranquilidad, dura hasta el presente. Aunque decir “guerra” es usar un eufemismo, puesto que, en realidad, jamás hubo en la historia de la humanidad una acometida tan deshonesta, traicionera e informal como la planteada por las organizaciones “palestinas”. Basándose mayormente en el terror, ya que en los enfrentamientos bélicos tradicionales inevitablemente eran derrotados (aun estando entonces mejor armados que sus contrincantes), expandieron el teatro de la beligerancia a cualquier sitio del planeta, para así facilitar su lucha. Atacaron inmisericordemente aquí y allá, ya fuese en Roma, Londres, Estambul, Madrid o Buenos Aires, agredieron a quien estuviese presente en aeropuertos, estaciones de trenes e incluso en alta mar, Alemania, Grecia y otros muchos países supieron en carne propia de sus incursiones traicioneras y devastadoras. Porque, resultado de su conveniencia y/o miopía, la contienda contra Israel la propagaron a los sitios más insólitos y alejados, victimando colateralmente a civiles de cualquier nacionalidad, religión, sexo o  edad y a  policías, soldados y custodios de todo el orbe. Además, mientras mataban, se presentaban a ellos mismos como los mártires de la disputa. Como un pueblo indefenso y sometido por un encarnizado usurpador, que día a día debía ofrendar la sangre de sus hijos para luchar, en inferioridad de condiciones, contra quien les tenía puesto el pie sobre las cabezas. Piedras contra tanques era su plañidero lamento. Niños y jovencitos, contra uno de los ejércitos mejor armados del mundo. Nada (sólo su orgullo), contra todo lo que la tecnología bélica podía ofrecer.

 

Y tanto insistieron con ése, su “autopromocionado” suplicio, presentando cínicamente a Israel como invasor de... ¿sus tierras?, que, por ser los judíos el enemigo que les había tocado en suerte, sabían que la batalla propagandística la tenían ganada de antemano. Una acometida publicitaria donde no vacilaron en usar como ariete el antisemitismo, cosa que debiera haberles resultado impropia por ser ellos también semitas. Y en la que omitieron, maliciosamente, el mencionar que estaban ellos también armados hasta los dientes, con granadas antitanques, con misiles y otros muchos pertrechos de la guerra moderna, los que no obstante no usaban en los enfrentamientos ya sea por impericia o por falta de valor. Más sencillo, desde luego, les resultaba poner bombas en autobuses, restaurantes o discotecas. También, enviar a sus jóvenes onanistas, a quienes los clérigos musulmanes prometen cantidad de vírgenes en el ¿paraíso?, a matar judíos haciéndose explotar entre ellos. Y alinear a sus niños, éstos enceguecidos de odio y educados para ello, a tirar piedras a los soldados israelíes en el mismísimo frente de batalla. Contando que cada muerte de un menor o cada herida que recibiese un joven, sería una excelente promotora de su “lucha irredenta”. Prescindiendo de paso el hacer conocer que el asunto se les ha escapado de las manos, vista la proliferación de organizaciones terroristas autónomas que se habían enquistado en su seno. La cifra en verdad es apabullante y demuestra una pérdida total de rumbo: Hamas, Yihad Islámica, Brigadas de Mártires de Al Aqsa, O.L.P., Jisbalá, Hermandad Musulmana, Tanzim, Frente para la Liberación de Palestina y más... y más..., cada una aterrando a la humanidad independientemente de la otra y cada cual con sus demandas desmesuradas, para poder prevalecer en el protagonismo y las ganancias a futuro. Y así estamos hoy: por sus caprichos, o los de su dirigencia (los tristemente célebres NO de Arafat cuando se le daba más de lo que él mismo imaginaba conseguir), metidos en un intrincado laberinto donde prolifera la muerte de éstos y aquellos; y por su propaganda, con una oleada de antisemitismo que crece y no para de crecer, ahora ya no acotada al sitio del conflicto, sino a nivel mundial.

 

 

ANTISEMITISMO = JUDEOFOBIA

 

En esta larga historia de persecuciones raciales y religiosas, que casi sin interrupción se fue dando a través de los siglos (el término antisemitismo se acuñó hacia mitades del siglo diecinueve, pero el accionar antisemita proviene de muchísimo antes), el pueblo hebreo llevó siempre las de perder.

 

Buscar los orígenes de algo tan incrustado en las sociedades como es el antisemitismo o, dicho más apropiadamente, la judeofobia, no resulta tarea sencilla; hace falta hurgar en una historia de cuatro mil años, donde ocurrieron demasiados acontecimientos infaustos que embrollan su determinación. Aun así, es lícito afirmar que el antisemitismo, pese a los variados inicios que se le asignan, surgió con el nacimiento mismo del judaísmo. Cuando el patriarca Abraham y sus inmediatos seguidores pergeñaron el monoteísmo, y con ello el Dios ético, provocaron, a su pesar y sin proponérselo, la revolución más escandalosa que se diera en la historia del hombre en proceso civilizatorio. Un vuelco tan brusco en el pensamiento y en la forma de vivir de los humanos, que con el tiempo le acarrearían, inevitablemente, dolorosas represalias a su pueblo (al de Abraham) y a todos aquellos que defendiesen o adscribiesen a su doctrina. Porque, con su temeridad, no habían hecho sino desplazar de sus cómodos sitiales a cantidad de hechiceros, magos, sacerdotes y oficiantes varios, los que, por supuesto, no  perdonarían de modo alguno tamaña ofensa. Y no solamente éstos, sino sobre todo los poderosos a los que ellos servían, quienes usaban las creencias religiosas populares para justificar, y también cubrir, sus muchos y muy turbios manejos económicos y políticos. De cualquier manera tal odio y las consecuencias de él provenidas, fueron en principio disimulados. La forma irracional de la judeofobia, que derivaría en grandes matanzas de judíos se dio más tarde, cuando los que mandaban dieron piedra libre al populacho para escarmentar a la nación “renovadora de los conceptos”.

 

Ese monstruo (la judeofobia), nacido de la pérdida de privilegios y de poder, se fue retroalimentando a través de los siglos con hechos puntuales y otros aleatorios. De los primeros, quizá el cardinal sea la prédica del clero cristiano acusando a “todos” los judíos de deicidio, por la muerte del rabino Jesús de Nazaret a mano de los romanos. Insertada y aceptada esta inculpación, ocurrieron no pocos ataques contra los judíos, y por los más variados motivos. Los muertos se sumaron por miles y también los desterrados; muertes y destierros que continuarían más adelante con las Cruzadas y con la Santa Inquisición. Pero antes de ello, pasadas unas centurias de aquella primera acusación cristiana (en el siglo VII de la era común), Mahoma, el inventor del Islam, al no consentir los descendientes de Abraham convertirse a su nueva religión, los maldijo y colocó en la incómoda situación de enemigos a ser destruidos. Hubo, por ese supino motivo, más muertos y expatriados entre los perseguidos judíos.

 

No todo terminó ahí desde luego, más tarde, en el medioevo, este desvarío continuó creciendo, ahora por obra de los señores feudales que tomaban deudas con los “usureros” judíos, una profesión (hoy día los respetados “banqueros”) a la que se los indujo ejercitar por la fuerza o por la necesidad. Esos señores feudales, borrachos, pervertidos, viciosos a carta cabal, por no antojárseles devolver los préstamos tomados, inventaron los famosos libelos según los cuales los judíos mataban niños cristianos para beber su sangre o amasar su pan. Afirmaciones éstas que sus inferiores creían a pie juntillas dando rienda suelta a su barbarismo congénito, que se calmaba únicamente cuando perpetraban alguna carnicería contra el “pueblo del libro”.

 

La bestia antisemita continuó engordando con el paso del tiempo. Por caso, los intereses ruines del zarismo ruso también centraron sus políticas en la judeofobia para distraer al vulgo que estaba bajo su sometimiento, utilizando para ello los “pogromos”; siendo su Ojrana (policía secreta), la que arregló esa falsificación perversa que se llamó: Los Protocolos de los Sabios de Sión y que fue desestimada por el propio Zar para quien fueron confeccionados, por considerarlos una flagrante estupidez.

 

Al mismo tiempo, con episodios más o menos cruentos, el antisemitismo crecía y continuaba creciendo en los más diversos puntos del planeta, hasta, casi por lógica, desembocar a mitades del siglo XX en el genocidio perpetrado bajo dirección de los alemanes, y realizado con entusiasmo por austriacos, ucranianos, polacos, búlgaros, croatas y muchos más, quienes descargaron sus frustraciones matando a seis millones de judíos.

 

Con todo, terminada la guerra en el transcurso de la cual se cometió la aniquilación de esos millones de seres, derrotados los responsables “ejecutores” e impuesta una frágil y mentirosa democracia global, pareció que con ese final y conocidas ahora públicamente las barbaridades cometidas contra los judíos, el antisemitismo, por lo menos en su forma colectiva, habría desaparecido para siempre. Falsa expectativa, se trata de un sentimiento tan enquistado en algunas culturas, que su erradicación resulta poco menos que imposible. España es un caso paradigmático. Invadida durante ocho siglos por el Islam, gobernada más tarde por un clero católico retrógrado y agresivamente judeofóbico, obtuvo por herencia de éstos y aquellos una tradición antijudía, que quedó grabada incluso en su lenguaje diario (de los diccionarios: Judiada: cosa mala o mezquina. Judío: usurero).

 

Claro que este fenómeno no ocurre solamente en España, por distintos motivos subsiste en toda Europa y ahora con un nuevo ingrediente, basado en la conveniencia y el miedo. Como dijimos antes, en compensación a la matanza ocurrida durante la guerra, en noviembre de 1947 la Liga de las Naciones (hoy las Naciones Unidas) votó la partición de un territorio casi despoblado de nativos autóctonos equivocadamente llamado Palestina, en cuya faja costera se establecería un estado judío y en el resto lo harían los palestinos “naturales” de esa zona. Esto desembocó como sabemos en una guerra que subsiste hasta el presente, con distintos enfrentamientos (años 1948, 1956, 1967, 1973 y 1982) en los que siempre prevalecieron las fuerzas armadas del Estado de Israel (así se denominó el nuevo país, cuya Independencia proclamó David Ben Gurión el 14 de Mayo de 1948 en Tel Aviv, ciudad levantada por los judíos). Pero, lamentablemente, no se trató de una guerra formal, puesto que para llevarla a cabo se inmiscuyeron otros muchos países y organizaciones guerrilleras, casi todos enemigos entre sí o con intereses encontrados, a los que solamente ligaba una religión en común. Y esa religión era el Islam, enemigo a muerte con los judíos desde su mismísima fundación. Pero decir Islam, no es sólo referirse a un credo, su mención connota además fanatismo en muchos casos y también petróleo, el hidrocarburo que mueve al mundo. No debe por lo tanto resultarnos extraño imaginar, dada la imposibilidad que tenía su rama árabe de imponerse por las armas, que los musulmanes dejarían de aprovecharse de su oro negro para luchar contra Israel y los judíos. Y de su número, por sí mismo apabullante: mil doscientos millones de potenciales combatientes (también consumidores, lo que no deja de tener su importancia en este mundo globalizado y comercial) mezclados entre la población de todos los lugares del orbe. Empleando el chantaje más descarado, sin importarles contra quien lo dirigían, fueron, lentamente, torciendo el brazo de Europa, hasta ponerla de rodillas. Y no sólo usaron la compulsión económica para hacerle doler el torniquete, reflotaron además el peor de los antisemitismos, sabedores que Europa era culturalmente judeofóbica, además de cobarde.

 

Europa aceptó la imposición (después de todo no tiene una gota de petróleo propio), pero no fueron sólo las derechas nacionalistas las que la acataron; además se plegaron, haciendo el triste papel de payasos o mejor dicho de idiotas, vastos sectores de la izquierda, tan pusilánimes en su accionar, que, siendo hombres de predicamento por su fama (alguna inclusive merecidamente obtenida como la de Wole Soyinka, José Saramago o Juan Goytisolo), utilizaron y utilizan la prensa de su palo para golpear a los  judíos, con la excusa de oponerse a un sionismo que, en los finales de la década del 40 y obedeciendo las órdenes que venían de Moscú, apoyaron con todo su (servil) entusiasmo.

 

 

EL PUEBLO PALESTINO – LA PRENSA – LA JUDEOFOBIA

 

La crónica de los hechos debió haber sido redactada así: un “terrorista” palestino fanático, asesino por formación, se filtró en un salón de fiestas de Tel Aviv e hizo explotar una bomba adosada a su cuerpo, matando a  15 niños que festejaban un cumpleaños y dejando mal heridos a muchos más. Por lógica, él también murió despedazado. Como no podía ser de otra manera, el gobierno israelí reaccionó y ordenó a su ejército ocupar la ciudad de donde provenía el “homicida”. Allí comprobaron que la gente festejaba la matanza de los menores “enemigos” dando aullidos de satisfacción, mientras que enmascarados homenajeaban la memoria de su “mártir” haciendo disparos al aire con sus fusiles Kaleshnikov, venidos de la Unión Soviética (qué tiempos lindos aquellos, ¿verdad Saramago?). Avisada la multitud festejante por medio de megáfonos que se había declarado el estado de sitio se produjo una desbandada, en medio de la cual los enmascarados efectuaron disparos sobre las tropas israelíes y pandillas de menores lanzaron piedras sobre las mismas. En medio de la consecuente represión y posterior confusión cayó muerto un chico de 12 años y hubo siete heridos de consideración. Restablecido el orden, demolida la casa del terrorista y pasadas unas cuantas horas, el ejército israelí se retiró del lugar.

 

 

Los mismos hechos, relatados por un diario de España. Como título: 

 

         EL EJERCITO “JUDֽO” MATA A NIׁO PALESTINO DE 12 AׁOS.

 

Y luego, en letra mucho más pequeña:

 

Fue en represalia al ataque efectuado por un “resistente” palestino, que se “inmoló” en un Salón de Tel Aviv, con un saldo de 15 muertos (sin mencionar que también eran niños)  y “algunos” heridos.

 

Este titular, que no es único sino que se multiplica en cuantas lenguas haya, debiera encender la luz de alerta. Como se han planteado las cosas no es Israel el cuestionado, la denuncia se extiende a todos los  judíos sin excepción. Cada judío del planeta, según ese titular, ha asesinado al niño palestino. Inclusive aquellos (de apellido semita y que lamentablemente abundan) que critican acerbamente a Israel, al que acusan de expansionismo.

 

Es que el hombre tiene una facilidad extrema para olvidar el pasado y sus enseñanzas. Y siendo el judío hombre, no habría de ser la excepción. Hoy proliferan los descendientes de Abraham, por ideología “soviético dependientes”, que para demostrar su independencia de criterio, critican a Israel y le endilgan todos los males que ocurren en Oriente Medio. No percibiendo que el Estado judío está luchando denodadamente por sobrevivir, contra una cifra apabullante de enemigos que buscan su destrucción. Sin distinguir tampoco que como se ha planteado la contienda, con la judeofobia expandiéndose por los más disímiles sitios, son también ellos candidatos al exterminio.

 

De cualquier modo, dejando de lado a estos judíos “antijudíos”, al menos los gobiernos que presidieron Israel, del signo que hayan sido, aprendieron de la historia.

 

Al ser el pueblo judío un pueblo como cualquier otro, lógicamente tuvo sus héroes, así como también sus villanos. Jaim Rumkowsky, valga como ejemplo, fue un judío, jefe de los Judenrat en el Gueto de Lodz, en Polonia. Esos Judenrat tenían por misión controlar que sus correligionarios trabajasen ordenadamente en las fábricas que forjaban pertrechos bélicos para los nazis y luego, cuando quedaban agotados e inservibles, que subiesen mansamente a los trenes que los llevarían a los campos de exterminio. Jaim Rumkowsky traicionó a su pueblo, se transformó por propia decisión en dictador del gueto y hasta llegó al extremo de hacer imprimir un sello postal con su rostro. De cualquier modo, Jaim Rumkowsky también murió asesinado por sus patrones nazis, de la misma manera que los judíos a los que él había entregado. Y, para su deshonor, quedó sepultado en el olvido.

 

Caso contrario fue el de Mordejai Anielewicz, un joven de 25 años, sabedor de lo que le esperaba a él y a todos los judíos del Gueto de Varsovia. Mal armado, pero con la voluntad y grandeza propia de los auténticos héroes, comandó la resistencia contra los nazis para, por lo menos, ya que morir era inevitable, hacerlo con dignidad y gloria.

 

Y hoy Israel, rodeado y atosigado por millones de enemigos que buscan su destrucción, tomó como paradigma de lucha la figura de aquel joven Anielewicz. Y también el ejemplo, no menos valioso, de Jana Szenesh, la muchacha paracaidista que ofrendó su vida peleando contra los nazis. Porque, en situaciones tan alarmantes como las que se vislumbran o presienten, es necesario demostrar coraje y no ocultarse. E Israel, con todas las críticas que se le puedan hacer, puso y pone el pecho a las bombas y se defiende. Aun cuando el Islam y la cobarde Europa, hagan lo imposible por empañar su lucha.

 

Ahora, el resto de los judíos del mundo ¿cómo reaccionará ante tamaño peligro? Esta pregunta, aparentemente difícil de contestar, tiene sin embargo una respuesta contundente: “anteponer la dignidad secular que los precede (a los judíos) a cualquier otro interés o especulación”. Teniendo en cuenta que gracias a Dios los verdaderamente judeofóbicos son apenas una minoría, es obligación para cada componente del pueblo hebreo, hacer conocer la verdad de la historia a los muchos neutrales que aun la ignoran. Tomando como premisa que “no hay discusión posible entre convencidos” dejar de lado las controversias con quienes sistemáticamente los agreden y centrar sus esfuerzos en esclarecer a los confundidos. No amenazar con dejar de adquirir perfumes franceses ni entrar en polémicas con los periodistas de origen judío pero antiisraelíes que les tocaron en mala suerte, sino hablar y convencer a los “potenciales amigos”; los que, gracias a una publicidad amañada, ahora están totalmente confundidos. Y, por sobre todo, defender como se debe a Israel y fomentar su fortaleza y crecimiento, porque es el único país del Universo que no dudará en cobijarlos

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