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He podido percibirlo en Bogotá, dónde me encuentro en estos momentos, hablando con periodistas y con políticos. También en diferentes ciudades de Brasil o de Argentina, dónde he dado mis conferencias de esta gira. Y, naturalmente, lo he leído en la prensa, lo he escuchado en la radio y lo he visto, con notables pero menguadas excepciones, en la televisión. Gaza ha sido uno de los temas centrales del agosto planetario, haciendo buena la perversa realidad de unos “medios” que se interesan hasta el delirio por una foto de Palestina, pero son capaces de mostrar una cruel indiferencia por el drama humano de Darfur o por la tragedia del millón y medio de desplazados en el Zimbabwe de un delirante y cada vez más déspota Robert Mugabe.
Hemos desayunado, almorzado y cenado con cada judío que ha resistido en Gaza, aún cuando la voracidad periodística no ha conseguido demasiadas fotos de resistencia numantina en los asentamientos desahuciados. Si fuéramos mínimamente serios reconoceríamos que el desalojo de Gaza ha sido modélico: en pocos lugares del mundo, seis mil personas que hace treinta años que viven en una zona de riesgo, dónde han enterrado decenas de muertos, y dónde han vivido con misiles cayendo día tras día, serían desalojados por un ejército sin armas y con la única resistencia de sus lágrimas.
Ya sé que la mítica occidental, tan avezada a practicar el tiro al israelí, necesitaba dibujar los colonos de Gaza como representantes del fanatismo más violento. Pero los colonos, a pesar de las ideas religiosas que los pueden mover, han mostrado una madurez y un sentido democrático excepcionales. Reconocer esto no haría daño a la salud, ni a los “progres” más irredentos. A pesar de que, ¿donde se ha visto que nunca un ideólogo de izquierdas se equivoque?
Bien. Gaza ha estado presente en el noticiario mundial, de manera sesgada, como resulta natural cuando, con una estrechez paranoica en reconocer que, Ariel Sharón podía llegar a hacer algo bien hazaña. Vendrá el día en qué habremos de aceptar que el viejo héroe de la guerra de Iom Kipur, el general duro del Likud que llegó a la presidencia de Israel con el odio de un mundo decidido a no aceptarlo, es, tal vez, un estadista. En este sentido, una reflexión pertinente: si los judíos han sido los parias entre los pueblos del mundo e Israel ha devenido la paria entre las naciones, no resulta extraño que el Primer Ministro de Israel haya resultado ser el paria entre los dirigentes del mundo. Rechazado, satanizado, caricaturizado hasta el delirio, reconvertido en nazi malvado, nada de lo que ha hecho ha servido para reducir una presión que iba mucho más allá de la crítica pertinente. Sobre Ariel Sharón no ha habido opinión crítica, ha existido un proceso contundente de criminalización. Proceso que ha amparado, con alegría visible, el terrorismo palestino, perfectamente legitimado por la nula crítica que ha recibido, y por la crítica total que ha recibido su “enemigo”.
Digámoslo, pues, sin complejos. Como si se tratara de Beguin, el antiguo líder del Irgún fue el hombre capaz de firmar la paz con el egipcio Sadat, Ariel Sharón puede ser el hombre capaz de avanzar en el mismo sentido. O no..., pero algunos gestos, que han dejado boquiabiertos a los injuriadores profesionales que tenía, apuntan en este sentido. Bien. Los israelíes se han ido de Gaza. Han cumplido un aspecto importante de la Hoja de Ruta, y así suman dos acciones unilaterales a favor de la distensión: la libertad de prisioneros palestinos y la salida de los asentamientos. La presión internacional para que Israel hiciera algún gesto de esta naturaleza ha sido diaria, contundente e inequívoca. Aún así, ¿esta misma presión planetaria contra un país y un Primer Ministro que padecen una situación de terrorismo cotidiano, se ha producido también sobre el otro bando? ¿Se ha producido con la intención de que acabara la locura del terrorismo? No sólo no ha tenido lugar sino que, durante toda la Segunda Intifada, hemos podido asistir a la entronización de un líder corrupto, violento y ciego denominado Arafat, hemos asistido a la minimización del terrorismo, perfectamente transformado en una clase de resistencia heroica, y hemos podido instalarnos, sin complejos, en un maniqueísmo pretendidamente solidario, aunque perverso. Creo que podemos decirlo con una cierta claridad: el terrorismo palestino ha asesinado con impunidad, con tranquilidad y sin el menor asomo de presión. ¿Continuará matando con la misma impunidad? ¿Con la misma indiferencia y/o simpatía mundial con qué lo ha hecho hasta ahora? ¿Recibirán los palestinos la misma presión contundente y cotidiana que ha recibido y recibe el Primer Ministro de Israel?
Desgraciadamente, lo dudo, y tengo las pruebas estos días. Mientras Israel otorgaba al mundo, de forma unilateral, un gesto de enorme trascendencia y dolor, uno de los muchos grupos terroristas palestinos intentaba una masacre en la ciudad de Beer Sheva. Era la respuesta bélica de la Jihad al gesto conciliador de Israel. Ya sé que Mahmud Abbas no controla estos grupos (la pesada herencia de Arafat es demoledora), y que algunos países que los financian están en contra del derecho palestino a iniciar un proceso pacífico. Pero no se trata del descontrol de los Hamas y los Jihad, sino de nuestro silencio, de nuestro paternalismo hacia su locura fanática y de nuestra complicidad. No veo presión mediática sobre los palestinos, no leo artículos demoledores e indignados, no noto unas universidades enardecidas y enfadadas con el intento de la matanza de judíos, no percibo ningún cambio en el maniqueísmo...
Una escritora libanesa que vivió escondida bajo tierra durante la guerra, escribió lol siguiente: "Antes había un lugar al infierno para los que mataban niños, y ahora se les promete el paraíso". Pero a nosotros ¡qué nos importa, estamos como siempre entretenidos en enviar al infierno los israelíes! |