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El artista plastico León Poch - Por Moishe Korin.

Junio de 2005.

el artista plastico León Poch.

 

                                                                        Por Moshé Korin

 

 

El lunes 27 de Junio de 2005 falleció León Poch. Como tantos judíos argentinos, Poch reconocía dos nacimientos: uno europeo y otro argentino. Dos suelos, dos lenguas, dos memorias – acaso una más desdichada que la otra-. La figura de León Poch reconoce el doble movimiento de pertenencia y la doble travesía que caracteriza al inmigrante judío. León Poch pertenecía a la generación de judíos que produjo el mestizaje cultural que dio lugar a la experiencia judeoargentina. Su generación forjó el patrimonio cultural judeoargentino e inscribió los tópicos del judaísmo en la cultura argentina. Esa inscripción dio lugar a un lenguaje: el artista no sólo trabajó los contenidos; también trabajó las formas, los significantes, las estéticas. De tal modo que en esa textura el judaísmo ya no es una condición universal abstracta, sino que deviene una experiencia singular, encarnada: la del judío argentino.

 

La obra de Poch es tan judía como el Talmud y tan argentina como Patoruzú. Precisamente, fue en la revista “Patoruzú” y en el diario “Crítica”, dos medios periodísticos que señalan como pocos la marca cultural argentina y porteña, donde el joven León forjó sus primeras armas intelectuales y artísticas.

 

 

Una obra dispersa

 

Resulta difícil reunir la obra de León Poch bajo algún principio que le otorgue unidad: la dispersión y la heterogeneidad parecen ser los rasgos que la caracterizan. Acaso esto se deba a la personalidad de este artista algo especial, que se negaba a circular por los círculos exitosos del reconocimiento, lo cual impidió la sistematización institucional de su producción artística.

Una especie de energía creativa lo desbordaba, tal como se desprende del recuerdo de su hija Susana:

“Papá siempre trabajaba en casa, un minúsculo departamento en Caballito. Su mesa de dibujo y su caballete estaban en la habitación que era el living y que a la noche en un acto de transformismo se convertía en dormitorio. De modo que la familia era testigo de todo el proceso de creación, desde el momento en que se sentaba con su block para hacer pequeñísimos dibujos -los bocetos- hasta que podíamos ver la obra "terminada" (aunque para él nunca lo estaba)”.

 

Pero hay otra razón que explica la dispersión de la obra de Poch, una razón que es inherente a la obra misma: su gran diversidad. León fue dibujante, pintor, periodista, publicista, diseñador gráfico, humorista, escenógrafo, muralista, diseñador de tapices y vitrales. Por ejemplo: en la década del 50 del siglo XX, las escenografías de Poch llenaban de magia e ilusión los escenarios del “teatro idish” en Buenos Aires. Quien escribe estas líneas es uno de esos espectadores, cautivados desde su temprana infancia por las formas que creaba León Poch.

 

Primer y segundo encuentro con León Poch

 

Era yo apenas un chico que iba a la escuela primaria cuando conocí las imágenes de León Poch. Gracias a él, la entrada a la escuela Scholem Aleijem distaba de ser un hecho trivial: allí estaba el mural sobre la visión del profeta Isaías. Allí estaba y se ofrecía imponente a la mirada curiosa, distraída o perpleja de la infancia. No recuerdo exactamente cómo veía el niño que yo era aquellas imágenes monumentales. Pero lo cierto es que esas imágenes aún hoy me acompañan. Las recuerdo a menudo, cuando el correr del tiempo y de la vida me vuelven incuestionable la actualidad de los profetas. Cada vez que se renueva en mí el valor de la palabra profética, ese pensamiento cobra la forma que León Poch le imprimió a la visión de Isaías en los muros de mi escuela primaria.

Al finalizar el primer año de la escuela secundaria, en diciembre de 1951, fui “janij” (educando), junto a Ruth, su hija mayor, en la extrtaordinaria colonia de vacaciones “Kinderland” que se estaba inaugurando. Fueron León Poch (acompañado por su entrañable y dinámica esposa Clara Z`L), y Leo Diner los que plasmaron en fotografías las primeras imágenes de esa colonia. Fue ese, mi segundo inolvidable encuentro con Poch.

 

Tercer encuentro con León Poch

 

Mi tercer encuentro con la obra de León Poch sucedió cuando yo terminaba el seminario para maestros. En ocasión en que la escuela cumplía sus veinte años, se organizó una exposición didáctica. Por entonces, las tres hijas de León (Ruth, Shoshana y Dina) estudiaban en la escuela y él se volcó con la devoción que lo caracterizaba a trabajar en la exposición. Su imaginación estética volaba atravesando la exposición. En 1969, cuando la escuela cumplía veinticinco años, se decidió repetir la experiencia. Esa vez los pasillos de la escuela lucían las imágenes de Poch realizadas en venecita. Recuerdo con nitidez esas imágenes. En la planta baja, los paneles testimoniaban la evolución de la literatura judía: la época bíblica; los “poemas del mar” de Yehuda Halevi -el mayor poeta judío de la edad media-; Jaim Najman Bialik, el gran poeta nacional y los tres grandes clásicos de la literatura judía moderna a través de sus obras: “La yegua” de Mendele, el poema de “Las tres costureras” de Peretz y “Menajem Mendl” de Scholem Aleijem. En paralelo con la evolución literaria, los halls de los pisos restantes exhibían la evolución de la lengua hebrea. Y en ese contexto de las grandes manifestaciones literarias Poch ubicó al Martín Fierro. Judío y argentino. Así era Poch.

 

Durante años, primero como alumno, luego como maestro y director de la escuela habité ese escenario de imágenes poderosas, significativas, inolvidables. Los recuerdos escolares, recuerdos esenciales de la infancia y de la juventud de mi generación, están armados en gran medida sobre esa materialidad significante de las imágenes que nos ofreció León Poch.

Los tapices que visten algunos pisos del reconstruido edificio de AMIA, fueron tejidos reproduciendo obras especialmente creadas por este gran artesano de la cultura judeoargentina.

Asimismo, creo que vale la pena recordar que los murales que lucen las paredes del “Bet Am” Medinat Israel, en la calle Alvarez Jonte de Buenos Aires, son obra de León Poch.

 

Un doble nacimiento

 

León Poch nació en Sosnowiec, Polonia,  el 10 de febrero de 1913. Pero él prefería sostener que nació el día que llegó a Buenos Aires, en diciembre de 1928, cuando tenía 15 años. Doble nacimiento, doble herencia, doble filiación: de su nacimiento porteño surge su nombre León; quien seguía siendo Leibush en casa para devenir más adelante – Yehuda, entre los compañeros del movimiento “Hashomer Hatzair”.

León se apropió inmediatamente de la experiencia argentina: se impone hablar sin acento el castellano y escribirlo sin errores. En 1930 –cuando aún no había abandonado del todo el polaco para manejarse por escrito- ingresa en la Academia Nacional de Bellas Artes  y en 1934 Natalio Botana,  director del periódico vespertino, lo incorpora como caricaturista del plantel del diario “Crítica”. Luego vendría la incursión en el teatro idish y su participación en las más variadas revistas del periodismo argentino y judío. ֱlvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Leónidas Barletta, Nissim Elnecavé (Revista “La Luz”) y Simja Sné (Periódico “Undzer Vort” y Revista “Raíces”), son sólo algunos de los prestigiosos nombres con los que se rodeó León Poch durante esa época.

 

Lentamente, el primer nacimiento empieza a opacarse desde el segundo. A los 74 años, junto a su hija Susana, Leibush retorna a su Sosnowiec natal. Ese viaje tiene un efecto muy fuerte en ambos, el padre y la hija, porque arma una dimensión de relato, de biografía, en la que muchos elementos empiezan a componerse y a cobrar sentido. Así nos lo transmite el testimonio de Susana. En una serie de dramáticos dibujos titulados “Judíos de mi infancia” Susana entrevió algo estremecedor: en el paisaje faltaban los judíos. En el Sosnowiec actual se ve que los judíos han desaparecido. Esa marca espectral estaba metaforizada en los dibujos de León. La hija, por primera vez, comprendió al artista.

 

Un libro sobre la vida judía

Su última obra fue un libro titulado Cosas y casos judíos (Editorial Milá del Departamento  de Cultura de  AMIA). El libro tiene el estilo de León: es un libro raro, heterogéneo. Como no podía ser de otro modo, es un libro con dibujos. No se sigue en él un orden cronológico, temático o genérico. Estamos simplemente ante casos judíos: unas figuras, unos temas, unas curiosidades que se nos ofrecen como la esencia misma del judaísmo. Poco importa si esos casos acontecieron en la antigedad o durante el siglo XX; los casos no están allí para documentar la historia, sino para configurar la textura de una tradición, la trama de un pueblo. Lo que los vuelve compatibles, lo que les otorga sentido, lo que los vuelve actuales y los inscribe en una armónica textualidad, es la mirada inquieta y curiosa de un judío interesado en transmitir las notas esenciales de la vida de un pueblo -el judío- a los lectores. Y así dice en el mensaje que inicia la lectura del libro: “espero lograr tansmitir a los lectores el amor y el orgullo que siento por el rico quehacer de mi pueblo, sobre todo a los jóvenes, porque ellos han de continuarlo”.

 

Y se cumple su anhelo, pues en un mundo cada vez más empeñado en consumir lo inmediato, casi sin digerirlo, lo más “light” posible, es un enorme placer ser testigo de la obra de un artista que siempre rehuyó del facilismo y la autocomplacencia, para dedicar toda una larga vida a una profesión y un arte que perdure.

 

Obra viva

Se ha dicho de muchos grandes artistas que su obra es una obra viva. Nada es más cierto en lo que respecta a la obra de León Poch. La obra de Poch, esencialmente abierta, heterogénea, múltiple y dispersa, vive en cada uno de nosotros y sólo se compone como una totalidad componiéndose en nosotros. Por las características de este artista y de su arte, la obra completa de Poch es una obra viva, porque sólo existe como tal, en el conjunto de su público, de sus espectadores. Quizá para muchos esto pueda ser motivo de tristeza o de hondo pesar. Sin embargo, si pensamos –seguramente acompañados por Poch- que el verdadero sentido del arte no reside en su valor contemplativo, ni mercantil, sino en todo lo que es capaz de hacer sentir y pensar a su público, estamos obligados a concluir que la obra de Poch ha cumplido ese destino. La obra de León Poch es una obra que vive porque está viva, palpitando en todos nosotros.

 

León Poch fue sepultado en el Cementerio Israelita de La Tablada el martes 28 de

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